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domingo, 8 de diciembre de 2013

EL CONSEJERO


En “El Consejero” se produce una batalla de dimensiones épicas: en una bando se encuentra la literatura de Cormac McCarthy, ajena por completo al lenguaje cinematográfico, cómoda en ese mundo rico de metáforas y diálogos alargados sobre temas de inevitable importancia para el alma humana; en el otro, Ridley Scott carga sus armas visuales: fotografía impecable, dinámica puesta en escena y planos sugerentes y expresivos. Unir un mundo y otro es una de las decisiones más arriesgadas que podemos ver en una pantalla de cine y, sin embargo, hay que decir que es, quizá, la única manera de poder disfrutar de ese McCarthy ahora presentado como guionista.


En el arranque contemplamos por un lado la inquietante velocidad de un motorista que recorre una carretera desierta que ya nos ubica geográficamente en ese atmósfera fronteriza, anticipo de los oscuros senderos a los que nos arrastrará la trama; por otro, somos testigos del movimiento armónico de unas sábanas de blanco inmaculado bajo las que se mueven con aparente soltura los cuerpos de los amantes, un Michael Fassbender que interpreta al consejero mencionado en el título, y una Penélope Cruz inocente, entregada a su amor, ajena al turbio mundo que él oculta bajo su mirada. Esa pureza cromática reflejada en las sábanas, entre pliegues y ondulaciones que parecen querer deformarla, se evapora rápidamente cuando conocemos el negocio del protagonista y a sus socios. Pero a McCarthy no le importa demasiado esa trama de trapicheo y corrupción, de muerte y violencia; en cambio, sí está mucho más interesado en los discursos que sueltan los personajes, ya sean principales o secundarios, sobre temas siempre profundos relativos al ser humano. Por suerte, ahí tenemos a Ridley Scott, empeñado en ampliar el espectro informativo y dialogado y trasladarlo al formato cinematográfico, tratando de dar naturalidad visual a un texto que carece de ella, pero que, sin duda, se mueve más cómodo entre el sólido cast y la experta dirección de Scott.


Hay que destacar en roles secundarios a Javier Bardem, como un excesivo delincuente de altos vuelos, y a Cameron Díaz, bella, misteriosa y cargada de peligro. Es precisamente con estos dos actores donde se produce una de las escenas memorables de “El Consejero”, con un hermoso coche de por medio… nunca mejor dicho.


Hay quien a menudo se irrita por el hecho de que en una película se ceda el protagonismo a la palabra. Después de todo, dicen, el cine es un medio visual. Y tienen razón, desde luego, el cine es un medio visual, pero hace tiempo que llegó el sonoro, y enriquecer el texto de una película a través de diálogos más literarios, si bien es peligroso, no tiene por qué ser necesariamente negativo. Ridley Scott, que comenzó su carrera con tres incontestables obras maestras (“Los duelistas”, “Alien” y “Blade Runner”), sortea con habilidad los recargados diálogos que escribe McCarthy y aporta imágenes para el recuerdo: ese arranque ardiente bajo las sábanas del comienzo, la escena a la que aludíamos entre Bardem y Díaz, o la última secuencia que protagoniza Brad Pitt, que demuestra cómo, acercándose ya a los ochenta años, Scott conserva el brío y el talento de quien ha dejado ya piezas de gran valor para la historia del cine.


“El Consejero” es una película diferente, atípica, que por momentos bordea la fina línea que separa el ridículo de lo brillante pero que, a menudo, se inclina por esto último, mostrando un film de actores, de escritor que no es guionista aunque salga acreditado como tal, y con un director capaz de poner en orden todos los elementos para crear una obra que no es fácil, que permanece en el recuerdo, de la que se habla con placer e interés al finalizar la proyección, adulta, impropia de lo que se suele exhibir en centros comerciales y multisalas, una rareza, en definitiva, muy estimulante donde hasta se llega a nombrar a Antonio Machado y su mítico Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, quizá porque el propio McCarthy es consciente de su atrevimiento y se identifica plenamente con las palabras del poeta español al adentrarse en el medio cinematográfico.

©José Luis Ordóñez (texto), diciembre 2013




viernes, 6 de septiembre de 2013

HABLAR DE CINE



Parece que fue ayer cuando comencé a colaborar en "La Calle de Enmedio" (Canal Sur Radio) hablando de cine, en un caluroso verano donde la sintonía que Ennio Morricone compuso para La muerte tenía un precio abría de manera sintética y con aires de western el breve espacio que me permitía comentar los estrenos de cada semana. Parece que fue ayer, sí, pero mañana comienzo mi cuarta temporada a bordo de una nave capitaneada por Pepe Da-Rosa, con Ana Carvajal siempre a su lado, y un nutrido y talentoso grupo de colaboradores que forman (formamos) una tripulación estable, competitiva y familiar, casi como si habláramos del Enterprise de Kirk, Spock y compañía, compenetrados para completar eficazmente las misiones que son encomendadas (por si alguien aún no sabe, los colaboradores del programa son David Jiménez, Sandra Rodríguez, Juan Vinuesa, Agustín Gallardo, Patricia Ramírez, Fran León, José Ramón Román y José Carlos Carmona).


Así pues, se abre una nueva temporada en la que contaremos jugosas anécdotas relacionadas con el mundo del cine, noticias curiosas e interesantes (veremos, por ejemplo, si se confirma que Harrison Ford vuelve a ser Han Solo en el episodio VII de Star Wars que ya prepara JJ Abrams; por lo pronto, el señor Ford se divierte con Arnold Schwarzenegger en el rodaje de The Expendables 3) y, sobre todo, será un placer volver a hablar de los estrenos cinematográficos que llegarán, de los que ahora podemos destacar tres:



GRAVITY. Probablemente, la película más esperada. ¿Por qué hay que verla? Por el talento del director Alfonso Cuarón para diseñar planos secuencia (¡en el espacio!) y, a nivel de cast, por la presencia de George Clooney y Sandra Bullock. Promete ser el mejor 3D utilizado hasta el momento (o, al menos, eso es lo que pienso después de ver los tráilers), el Festival de Venecia ha alabado el film y James Cameron ha dicho que es la mejor película del espacio jamás rodada.


BLUE JASMINE. La crítica, una vez más, rendida a los pies del maestro de Nueva York. ¿Por qué hay que verla? Porque Woody Allen es un genio vivo, un artista prolífico, un creador de historias capaz de conmovernos, diseccionar a la perfección el alma humana y, con frecuencia, hacerlo provocando sonrisas, aunque en este caso parece que Blue Jasmine se inclina más hacia el drama. Aquí, además, podemos gozar con el talento de una magnífica actriz como Cate Blanchett.


THE COUNSELOR. La nueva película de Ridley Scott tras la polémica Prometheus. ¿Por qué hay que verla? Michael Fassbender, Penélope Cruz, Cameron Díaz, Javier Bardem y Brad Pitt. Ah, y el que escribe el guión es un tal Cormac McCarthy. Es decir, si contamos los nombres, siete razones de peso para uno de los fims más esperados.

 Y, por cierto, no olvidemos que Ridley Scott ya prepara su siguiente película en Almería, donde no hace mucho convocó un casting masivo con el objeto de buscar extras para escenas de masas. ¿De qué va su nueva película? Pues de la vida de Moisés, al que dará vida en esta ocasión Christian Bale, recién salido de la saga del Caballero Oscuro y aquí dispuesto a tomar el relevo al mítico Charlton Heston.

Hablar de cine, escribir de cine, hacer cine y, sobre todo, ir al cine, actividades todas ellas de lo más saludables, satisfactorias y recomendables. Así pues, nos vemos en los cines  y nos escuchamos los fines de semana en Canal Sur Radio. Hablando de cine, claro.


©José Luis Ordóñez (texto), septiembre 2013

sábado, 11 de agosto de 2012

Prometheus


(para leer una vez vista la película, contiene spoilers)

Ridley Scott regresa al terreno que le ha convertido en una especie de semi-dios (o supremo ingeniero, por mantener la terminología usada en su última obra) dentro de la dirección cinematográfica: la ciencia ficción. Conviene recordar que todo procede de su buen hacer en Alien y Blade Runner, aunque es interesante matizar que la revalorización de esas dos películas, sobre todo de la protagonizada por Harrison Ford, se produjo a lo largo de los ochenta, en una especie de redescubrimiento por parte del público (y de una crítica de reflejos lentos) hacia un film que pasó sin pena ni gloria en su estreno, en lo que fue un extraño punto intermedio para su actor principal, que venía de interpretar por primera vez al legendario Indiana Jones y a continuación se metería por última vez en las botas del carismático Han Solo. Estamos hablando del año 1979 y del año 1982. Han pasado, pues, treinta años en los que Scott ha volcado su labor como director en películas de todo tipo, pero nunca alcanzando el nivel de sus inicios (no olvidar, por supuesto, su ópera prima, Los Duelistas, una obra maestra fascinante basada en un texto de Conrad, con dos inspirados Harvey Keitel y Keith Carradine, y una deliciosa fotografía que parece derivada de esa otra obra de arte llamada Barry Lyndon, del genio Kubrick).


   Y ahora se estrena Prometheus, que está suscitando opiniones encontradas, radicales, a favor y en contra: por un lado se aprecia el viperino deseo de confirmar el hundimiento como director de Scott, incapaz por tanto de renovar su posición privilegiada dentro de la ciencia ficción; y por otro, se escuchan alabanzas que sitúan a la película a la altura de las obras que abrieron su carrera. Hay que señalar que, a este respecto, la nueva película de Scott juega a mantener vínculos importantes con Alien, pero en ningún caso se puede considerar una precuela, ya que Alien y Prometheus son films completamente distintos y ambos conviven de manera independiente en el mundo del Sci-Fi, cuentan historias diferentes y buscan satisfacer al espectador por diferentes caminos: si Alien era una película con monstruo, una survival movie en el espacio, Prometheus hace un doble juego: por un lado, busca ser una película en la mejor línea del género, planteando cuestiones universales que atañen al origen de la existencia del hombre, formulando unas preguntas que, curiosamente, irán modificándose a lo largo de la película (de ¿por qué nos crearon? pasaremos a ¿por qué nos quieren eliminar?); por otro, nos da un tipo de película más tradicional y ligera, con monstruos que suponen una amenaza para la tripulación de la nave.


   Así, este interés por parte de la protagonista, la doctora Shaw (interpretada por Noomi Rapace, una actriz de fisonomía atípica que, sin duda, forma parte de su atractivo), por encontrar a sus creadores, halla su reflejo en la pérdida de su propio padre (al que recordamos en un sueño también contemplado por David, el robot humanoide que acompaña a los tripulantes) y en ese padre aún vivo pero también perdido de Meredith Vickers (magnífica Charlize Theron, desde ese plano de huellas acuáticas que precede a su aparición). Hablamos, pues, de padres que desaparecen de la vida de sus creaciones, justo como esos ingenieros que han creado a los humanos y después desaparecido de sus vidas, haciendo que se cuestionen sobre su origen y se cree la necesidad de buscarlos. La doctora Shaw guarda el crucifijo de su padre y cree en la posibilidad de encontrar a sus creadores (“porque así lo ha decidido”), mientras que Vickers guarda un rencor que es incapaz de ocultar durante el trayecto en la nave y que, de algún modo, nos anticipa la aparición de Weyland, el personaje al que da vida Guy Pearce (ese “Padre” que deja escapar entre sus labios Vickers, arrodillada ante el cuerpo anciano de su progenitor, reconoce con dolor un vínculo tal vez no deseado, en cierto modo destructivo, pero inevitable, con el conocimiento de que “David es lo más parecido a un hijo” que Weyland tendrá).

   El aspecto más divertido de Prometheus (y probablemente el más criticado) hace referencia al tono lúdico y despreocupado que puebla las reacciones de algunos personajes. ¿Qué decir, por ejemplo, de esa risible pareja de geólogo y biólogo que, después de un viaje de dos años, deciden regresar a la nave en lugar de continuar la exploración por la (aparente) gruta que va encabezada por Shaw? Sin embargo, aunque no sea justificable, sí es deseable para que después podamos contemplar, entre divertidos y aterrados, el ataque que sufren ante uno de los seres misteriosos que habitan el lugar.


   Y ya que hablamos de los personajes, detengámonos en los principales. Hemos mencionado a Elizabeth Shaw, a la que se empeñan en comparar con la mítica Ripley de la saga Alien, si bien los parecidos se limitan a un pertinaz deseo de supervivencia, no matter what. Nombramos antes brevemente al androide David, interpretado con la eficacia habitual por Michael Fassbender, aquí en un difícil pero brillante equilibro entre el Hal 9000 de 2001: Una Odisea del Espacio, y el Peter O’toole de Lawrence de Arabia. De comportamiento ambiguo, David parece ir siempre un paso por delante de la tripulación e incluso al final, descabezado y todo, será la llave para la supervivencia de la protagonista y puente hacia una posible, aunque no necesaria, secuela.

   Digo no necesaria porque nadie quiere otra película para que respondan a las preguntas que han quedado sin responder, ya que, como sabemos, en el mundo de la ficción explicar en exceso aburre profundamente (pero, de verdad, ¿alguien quería saber que los midiclorianos eran responsables de La Fuerza?; ¿eran necesarias Matrix Reloaded y, sobre todo, Matrix Revolutions?; ¿por qué se hizo 2010: Odisea 2, cuya única misión parecía ser explicar la genial película de Kubrick). En fin, la lista es larga, y es un hecho que es mucho más interesante plantear preguntas que ofrecer respuestas. La prueba está en el debate generado por la película de Scott, más dada a proporcionar (algunas) respuestas visuales que a verbalizarlas, permitiendo al espectador incorporar y aportar elementos de su propia cosecha, de su propio imaginario. Podríamos mencionar la belleza del plano que en el inicio, justo después de que ese ingeniero se inmole tomando un extraño líquido y cayendo al fondo de una cascada (creando así la vida), arranca de un negro absoluto (la nada) hasta que la luz de la linterna de la doctora Shaw va rasgando esa oscuridad que nos permite ver la consecuencia del acto de la creación (la hija que está decidida a buscar a su padre), un ser humano decidido a encontrar luz sobre nuestro origen, en un viaje impredecible.

   Y el trayecto es apasionante, porque, digámoslo ya, Prometheus es una película magnífica, un entretenimiento de primer nivel, alejado de estupideces habituales en la cartelera, con una dosis mayor de interés por el aporte visual, con magníficas secuencias (extraordinaria la escena de la cirugía abdominal, sin duda y desde ya uno de los momentos cinematográficos del año), y un interés nada despreciable por aportar algo más, diferente, a lo que podía esperarse de una obra derivada de la saga Alien.

   Pero no me gustaría terminar esta pequeña reflexión sin hacer mención a otros dos personajes secundarios. Uno es Holloway, también ansioso por encontrar respuestas e interés amoroso de la doctora Shaw, en dos momentos sin duda impactantes: cuando después de hacer el amor con Shaw se levanta entre las penumbras y observa en el espejo cómo en su ojo ya se aprecia un ser exógeno que forma parte de esa ansiada y perseguida respuesta (“¿Hasta dónde llegaría para conocer la verdad?”, le pregunta David, justo antes de darle una bebida adulterada con parte del contenido orgánico recién descubierto); y después, en la escena final del personaje, cuando parece estar mutando (y por un instante su cara toma de manera siniestra un asombroso parecido con el de la doctora Shaw) y repite de manera inquietante que “no pasa nada” justo antes de que Vickers lo achicharre con el lanzallamas. Así pues, creo que queda suficientemente demostrado con estas dos secuencias que, como decíamos, demasiado conocimiento (un exceso de respuestas, de exposición), además de aburrido puede ser perjudicial.


   El otro personaje es Janek, el capitán de la nave Prometheus, interpretado de manera excelente por Idris Elba (al que recordamos por la estupenda serie The Wire, lo mejor que ha surgido de la HBO y, en general, de la televisión). Sin duda, me parece el personaje más creíble y heroico de la historia (quizá porque, como él mismo señala, “únicamente es el capitán de la nave”), aunque sólo sea por el hecho que de los 17 tripulantes de la nave él es el único que le tira los tejos a la gloriosa Charlize Theron (imperdonable que Ridley Scott nos escamotee en una elipsis la presumible escena de amor donde hubiéramos podido admirar las curvas de antigua modelo y ahora excelente actriz, sin duda en su mejor momento, como bien se encarga de mostrar el director en el fantástico primer plano de presentación de Vickers, haciendo flexiones ante la mirada entre curiosa y sorprendida —suponemos que no libidinosa, porque entonces tendríamos el primer caso de incesto con robot de por medio— de David).


Y si gracias a Janek la Tierra se salva en un sacrificio que crea cierto paralelismo con la inmolación del ingeniero al principio (uno crea vida y otro la mantiene… al menos por ahora), con ese grito chulesco y arrogante de “¡Sin manos!” en el suicida ataque a la nave que va cargada de armas biológicas, Ridley Scott pareciera haber hecho lo mismo, porque no puede sino considerarse como suicida enfrentarse a la sombra de una película mítica como Alien. Pero a diferencia de Janek (en su acto de gloriosa servidumbre ante sus congéneres), Ridley Scott sí se salva en su aportación al universo que él mismo ayudó a crear hace más de treinta años, aporta un ángulo diferente, por momentos más rico e interesante (aprovechando de manera más extensa los magníficos diseños de H.R. Giger), navegando entre la propuesta de ciencia ficción de ramificaciones antropológicas y filosóficas, y la descarada serie B de aventuras espaciales con cheesy characters (bien subrayada esa dicotomía, por cierto, con la banda sonora original de Marc Streitenfeld), ofreciéndonos una muestra del talento visual que atesora (por fin, un uso apreciable e interesante del 3D), como bien quedó reflejado en esa tríada de grandes películas con las que comenzó su carrera y que sin duda le han marcado como cineasta.



©José Luis Ordóñez (texto), agosto 2012