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sábado, 10 de agosto de 2013

LECTURAS MACABRAS (III)


Prosiguiendo con el sendero abierto por la primera entrega de Lecturas Macabras, hoy comentamos brevemente tres novelas que tuve ocasión de leer hace cierto tiempo, siempre bajo un punto de vista absolutamente parcial y un recuerdo erosionado por el paso de los meses.



Snuff de Chuck Palahniuk nos ofrece una poco sutil narración sobre el intento de conseguir un aberrante récord mundial por parte de la reina del porno Cassie Wright, que tratará de practicar sexo con la nada modesta cifra de seiscientos hombres. Con este arranque, el punto de vista bascula entre tres de estos aspirantes a formar parte de la dudosa hazaña —los señores 72, 137 y 600— y Sheila, fiel ayudante de Cassie, siendo a través de ellos cómo vemos los prolegómenos y desarrollo de tan inquietante acto. Snuff, como uno ya podía intuir, tiene una previsible tendencia al exceso, siendo eso al mismo tiempo su virtud y su perdición. Del mismo modo que podemos admirar las perturbadoras descripciones de Palahniuk, con las que nos hace estar presentes en ese decadente y enfermizo cuadro a través de pequeños detalles cotidianos, tendríamos que penalizar su tendencia a la repetición inane, que termina debilitando lo que podría haber sido, en su justa medida, un muy buen relato.



Elsewhere de William Peter Blatty, autor de El exorcista, la podemos encontrar en una magnífica edición a cargo de Alberto Santos Editor con ilustraciones interiores de Alex McVey. Aquí nos movemos en un terreno más clásico, donde se forma un pequeño grupo de personas que termina dando con sus huesos en la casa de da título a la novela. Si bien la primera mitad se lee con agrado, en parte porque en cierto modo puede fácilmente recordar a obras muy superiores dentro del género como Hell House de Richard Matheson, en su segundo tramo uno se siente algo frustrado por tener que padecer un desenlace que se antoja demasiado fácil, y que, en mi opinión, no termina de estar a la altura del arranque de una historia, que, en cualquier caso, se beneficia de su buen ritmo y algunos giros interesantes.


Hellraiser de Clive Barker sorprende, en una primera lectura, por la simplicidad de su planteamiento. Uno lleva escuchando hablar muchos años de Hellraiser, de su autor, de la película, y tiene bastante nítidas las imágenes macabras que se han popularizado a través de su adaptación al cine, dirigida, por cierto, por el propio Barker. "Tu depravación más querida no es más que un juego de niños al lado de las experiencias que ofrecemos", se dice en la primera página de la novela, y eso es suficiente para sumergirnos en un universo diferente, macabro, tentador, del que se desprenden personajes con nombres tan atractivos y sugerentes como los teólogos de la Orden de la Hendidura. Uno termina la lectura de Hellraiser satisfecho, por su aparente simplicidad, su buceo en las debilidades humanas, hipnotizado por el nuevo mundo descrito de sensaciones y extraños placeres, y finalmente se comprende que la novela le haya dado una carrera a Barker.

Y tras la ronda de lecturas, mañana hablaré de Pacific Rim.


©José Luis Ordóñez, agosto 2013

miércoles, 7 de agosto de 2013

LECTURAS MACABRAS (II)


Coincidiendo con mi visita a Estados Unidos durante el comienzo de este verano, he tenido ocasión de adquirir varios libros (aún en papel), en su mayoría inéditos en España. Hoy es un buen día para comentar dos de ellos.



Para empezar podemos dejar escapar ya unas breves palabras sobre Afterlife, el relato breve publicado en Tin House Magazine con el que Stephen King calienta motores antes del desembarco de su (imagino) mastodóntica novela Dr. Sleep, secuela largamente anunciada de El Resplandor. Pero volvamos a Afterlife, donde  nos plantea una historia que arranca con la muerte de su personaje principal y posterior llegada a una especie de oficina post mortem donde un señor con pinta de funcionario aplicado le ofrece dos opciones: si nuestro protagonista sale por una de las puertas volverá a tener, exactamente, la misma vida que acaba de finalizar, mientras que si sale por la otra, se esfumará. Salpicada con cierto humor de la casa y no exenta de una cierta crítica social, el relato es un artilugio juguetón que le permite a King recorrer espacios que le son muy familiares hasta desembarcar en un final irónico que no deja de tener un poso de amargura (o, quizá, es que ese es el humor que es capaz de ofrecernos).


Por otro lado, durante mi estancia en L.A. falleció el gran escritor Richard Matheson, al que conocemos especialmente por Soy Leyenda, Hell House, Duel o El increíble hombre menguante, todo un referente en el ámbito del terror y el fantástico, así que decidí acercarme a la librería más cercana para husmear entre las estanterías de libros y buscar alguna obra suya que aún no hubiese leído. Y allí, en el espacio dedicado al género del western (del western, sí) tuve ocasión de encontrar Shadow on the sun, una novela escrita en los 90 por el señor Matheson, donde hace de nuevo gala de su modélico estilo, trasladando el misterio y el terror al salvaje oeste, en el que un misterioso personaje va dejando la muerte a su paso, provocando que el recién firmado acuerdo entre Apaches y el gobierno de los Estados Unidos se tambalee.

Después de leer relatos y novelas que presumen y se jactan de romper reglas, de la necesidad de experimentar nuevas vías narrativas (que, de acuerdo, puede ser interesante, y es desde luego una forma para no anclarnos al pasado), es un auténtico placer disfrutar con la habilidad de Richard Matheson para, precisamente, contarnos una historia al estilo tradicional. Tanto el relato de King como la novela de Matheson son obras que uno lee con una sonrisa en el rostro, consciente de que no son historias de grandes ambiciones artísticas (sea lo que sea que eso signifique), sino producto del aplicado esfuerzo de narradores talentosos que dedican su tiempo y habilidad al a veces olvidado (y despreciado) arte de saber contar una historia con un principio, un desarrollo y un final.

Shadow on the sun. En fin, quién me iba a decir a mí que a estas alturas iba a leer mi primer western. Sólo se me ocurre decir una o cosa: "Gracias, Mr. Matheson. Por esta novela y por todas las demás que ha escrito". Y por sus relatos, claro, como The Distributor, una auténtica obra maestra de lo perverso.


Sólo espero que si Matheson llega a la oficina post mortem descrita por Stephen King, elija la primera opción. No acierto a imaginar el sumo placer que debe entrañar volver a escribir todas esas novelas de nuevo, pero debe ser maravilloso.

Como que un western literario me fascine en pleno siglo XXI.



©José Luis Ordóñez (texto), agosto 2013

domingo, 4 de agosto de 2013

LECTURAS MACABRAS


Llueve. Es de noche. Conduces. Te deslumbran los coches que vienen de frente y estás cansada. La inquietud anida en tu cuerpo y te hace pensar que todo va a salir mal. Si te quedas dormida podrías tener un accidente y entonces descubrirse lo de tu robo. Cuarenta mil dólares. Mierda. Pero entonces, a través del parabrisas empapado de agua, ves las luces salvadoras: Bates Motel.



De verdad, ¿alguien puede no tener curiosidad por saber qué fue de Norman Bates después de ingresar en el psiquiátrico? El recuerdo de la obra maestra de Alfred Hitchcock es tan poderoso que ha eclipsado por completo el sustrato literario en el que se basa, haciendo olvidar al autor de la novela, Robert Bloch, y a gran parte de su obra, de la que hasta hace poco no había demasiadas traducciones.



Antes de centrarnos en la novela que justifica este post, no está de más recordar la saga cinematográfica que ha seguido el personaje de Norman Bates. Como cualquier cinéfilo (o no) recordará, todo arranca con Alfred Hitchcock, Anthony Perkins, Saul Bass y, claro, Bernard Herrmann, todos ellos encargados de ajusticiar con arma blanca a Janet Leigh en una escena que, merecidamente, forma ya parte de la historia del cine. Tuvieron que pasar veinte años para que empezaran a gotear las secuelas, siendo la más destacada de todas ellas Psicosis II, dirigida por Richard Franklin, una obra que ya nada tenía que ver ni con Hitchcock ni con Bloch y que, a pesar de luchar contra el recuerdo de su predecesora, se convertía en una interesante propuesta, aunque ciertamente alejada de la genialidad de la película original.


Y todo esto nos lleva a Psicosis II, la novela, continuación que escribe Robert Bloch (y que, como hemos señalado, nada tiene que ver con la película de Franklin) retomando el personaje de Norman Bates, al que descubrimos años después en el psiquiátrico, y que comienza de manera directa: “Norman Bates miraba fijamente por la ventana de la biblioteca, intentando con todas sus fuerzas no ver los barrotes”.



Uno intuye el placer que pudo extraer el propio Bloch de esta secuela literaria, en la que la acción en determinado momento de la novela se traslada a un Hollywood donde se está rodando, precisamente, una película inspirada en los crímenes perpetrados años atrás por Norman Bates (no es difícil aquí anticipar parte de los argumentos de la saga Scream). Y digo placer porque, si son ciertas las noticias que nos han llegado a través de los años, la relación del escritor con el mundo del cine no fue demasiado positiva (Hitchcock se las arregló para pagar una cantidad relativamente baja por los derechos de Psicosis y, años después, cuando se empezó a trabajar en la secuela cinematográfica, los ejecutivos del momento rechazaron los intentos de Bloch para unirse al proyecto), y eso hace que Psicosis II pueda leerse también como un ajuste de cuentas con el mundo del cine. No es difícil, pues, encontrar cierto humor en los extractos relativos a los componentes del equipo de rodaje, con el que no sería demasiado difícil establecer algún paralelismo con el equipo real de la película de Hitchcock. La novela discurre con la eficacia y el buen pulso narrativo de Bloch, aunque hacia el último tramo uno ya intuye el truco maquinado por el escritor para, de nuevo, sorprender a sus lectores. Aun así, se agradece el oficio, el hábil uso del punto de vista y el ritmo que se imprime a las andanzas del señor Bates.



Y, por cierto, mientras alguna editorial se anima con la traducción y publicación de Psycho House, la última entrega literaria de la saga creada por Bloch, no está de más recordar esa joya que se editó poco antes de su muerte: una edición en tapa dura de Psicosis firmada por el autor, con prólogo de Richard Matheson y epílogo de Ray Bradbury. Creo que más de uno estaría dispuesto a pasar una noche en el Bates Motel con tal de hacerse con una copia.


Incluso darse una ducha.





©José Luis Ordóñez (texto), agosto 2013