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jueves, 5 de diciembre de 2013

Rincones Literarios

Acaba de publicarse "Rincones Literarios", una antología de relatos en la que, además de coordinar, he tenido el placer de escribir un breve prólogo que ahora comparto aquí.



Toda gran escritura es, en cierto modo, la imitación de la gran escritura.
John GARDNER
El arte de la ficción

En este libro que ahora tiene usted en sus manos asistimos con placer al nacimiento de varios escritores a través de un nutrido y variado grupo de relatos. Disfrutamos en estas páginas de mundos siempre personales y únicos, unos construidos sobre una base más urbana y contemporánea y otros que se generan con una documentada  contextualización histórica. Así, distinguimos la meditada estructura del relato, pero también impulsos eléctricos de creatividad que generan un texto espontáneo, fresco y de ágil lectura.

Apasionar, desconcertar, enganchar e interesar son verbos que podemos aplicar al trabajo de estos autores, que aquí nos muestran sus rincones literarios, esos que hasta ahora habían permanecido en la penumbra, ignorados, envueltos en la poderosa tela del silencio. Sin embargo, ya que ellos han decidido iluminarlos, hacerlos públicos, es un buen momento para ir de su mano y vivir las historias que han escrito.

John Gardner decía que toda gran escritura es, en cierto modo, la imitación de la gran escritura, y quizá por eso durante el curso de creación literaria tuvimos ocasión de leer, comentar y analizar textos de grandes autores que han dejado una poderosa huella en el ámbito del relato. Gardner, que además de escritor fue profesor de creación literaria de Raymond Carver (como todos sabemos, un maestro en las distancias cortas), deja en sus libros numerosos consejos para los que desean adentrarse en el abrupto sendero de la creación y la palabra. De entre todos ellos, me gustaría señalar uno: “(…) la viveza del detalle es como la sangre que riega la ficción y le da la vida”. O, dicho de otra forma, sin el deseado nivel de detalle, el relato muere y acaba perdido en el olvido.

Los relatos que vienen a continuación respiran, su condición es estable y son un avance de lo que está por venir. Estos escritores acaban de iluminar sus rincones literarios gracias a esta publicación, sí, pero a buen seguro que en el futuro decidirán buscar en otras zonas inexploradas de sus casas y quizá encuentren más material que permita ahondar en la literatura que cada uno lleva dentro.

Por ahora nos quedamos con este libro que presentamos, con sus universos personales y obsesiones plasmadas en papel por sus autores, un puñado de historias y personajes fruto de sus vidas, lecturas e imaginación. Que ustedes lo disfruten. 

José Luis ORDÓÑEZ
Sevilla, septiembre de 2013

viernes, 16 de noviembre de 2012

Prólogo (ayudado por Bradbury y Springsteen)


 Ayer estuvimos participando en la presentación de un nuevo libro, la antología “Contando se entiende la gente”, una selección de relatos correspondientes al curso de Escritura Creativa de Arteaula 2011-2012, que me ha correspondido coordinar. Aquí dejo el prólogo que escribí durante el pasado verano y que ahora sirve para presentarlo.



PRÓLOGO

Si me pidiesen que nombrara los elementos más importantes del carácter de un autor, aquello que da forma a su material y lo impele hacia donde quiere ir, sólo podría advertirle que pusiera atención a su garra, que se fijara en su entusiasmo.

Ray BRADBURY
Zen en el arte de escribir



Contando se entiende la gente, desde luego, eso es innegable… pero también disfruta. No hay nada como escuchar una historia ocurrente y original en la barra de un bar, o que un amigo te narre algo anecdótico que a él le parece extraordinario, o quizá que un desconocido te transmita algo inusual que le ha sucedido. Las historias, en definitiva, nos enriquecen, nos hacen aprender, estimulan nuestro apetito por la ficción y avivan el fuego de nuestra a menudo oxidada imaginación, provocando que, en ocasiones, deseemos saltar de la posición de oyentes (o lectores) a intentar ser nosotros los que ideemos esas historias que llegarán a otros.
     En este volumen que ahora tiene en sus manos se abren ante usted las obras de una serie de autores que comparten su particular visión del mundo: relatos de diferente estilo y calado (como no podía ser de otra manera), con preocupaciones diversas, pero siempre con la sana intención de interesar al lector, de hacerle entender lo que se está contando en cada momento, y todo ello realizado con algo que es fundamental en esta o en cualquier otra actividad de la vida: dotando de pasión su trabajo como escritores, elaborando personajes atractivos e historias que enganchen, y utilizando cada uno su bagaje personal (no necesariamente autobiográfico) para enriquecer estas tramas de ficción que sólo ellos pueden contar.
     Por otro lado, al enfrentarse a las técnicas y los mecanismos útiles para construir esta madeja de historias, uno puede moverse entre manuales más o menos interesantes, clásicos imperecederos o consejos de autores consagrados. Asumiendo que el ideal es una combinación equilibrada de estas tres fuentes, siempre he preferido inclinarme por la última opción. Quizá porque sabes que no son dogmas de fe, que probablemente lo que les funcionó a ellos puede no funcionarle a uno… pero también que sí podría hacerlo. Si además se ha disfrutado con la obra de alguno de estos escritores todo parece formar una extraña pero atractiva combinación que te hace creer.
Y creer, como ya se sabe, es parte del camino.
     Uno de estos escritores es Ray Bradbury, inolvidable creador de clásicos como Fahrenheit 451, Crónicas Marcianas o El País de Octubre. El autor norteamericano hablaba siempre de la persistencia como uno de los factores determinantes a la hora de conseguir ser un escritor, y ello queda reflejado en alguno de los ensayos que escribió al respecto, donde se puede admirar el entusiasmo que pone cuando habla de la escritura, de sus autores favoritos, de cómo el acto de crear historias es capaz de hacernos llegar a mundos apasionantes. Y eso nos conduce a que la actividad de escribir lleva consigo adherida, inevitablemente, la actividad de leer… pero de leer con voracidad, con mirada crítica, siempre atento a comprender el espíritu de la obra, a detectar intenciones subyacentes, a percibir ese mecanismo mágico que nos hipnotiza y nos hace viajar sin necesidad de movernos de nuestro salón.
     Hace poco Ray Bradbury se despidió de nosotros para realizar el viaje más fantástico de su vida, y eso creo que nos dejó un poco tristes, no sólo a todos los que amamos la literatura, sino a los que amamos la pasión en la literatura. Pero levantemos el ánimo porque, como decía Bruce Springsteen en su reciente gira española (al tiempo que en las pantallas gigantes de los conciertos aparecían imágenes de Clarece Clemons, el saxofonista de la E-Street Band que falleció el año pasado): “Si nosotros estamos (haciendo referencia a la propia Banda y al público asistente), ellos están”.
     Así pues, con esta reconfortante visión de ese otro poeta de las letras y la música que es el ya legendario Boss, sabemos que mientras nosotros estemos aquí, Bradbury y todos los grandes escritores del pasado también estarán. Ellos viven en nosotros y eso nos hace mejores. Y con ellos, y con esta nueva hornada de creadores que surgen, le invito ahora a sumergirse en Contando se entiende la gente, un libro con historias diferentes, de unos autores que sienten la necesidad de comunicarse con el exterior, de ser leídos y demostrar que bajo las letras que forman sus obras subyace la energía de los que atesoran pasión por la ficción, el mejor mundo de todos los posibles.




©José Luis Ordóñez (texto), noviembre 2012






jueves, 4 de octubre de 2012

LO MACABRO DEL AMOR en SITGES 2012




Hoy arranca la edición número 45 del Festival Internacional de Cinema de Catalunya: SITGES 2012, y estamos seguros de que, nuevamente, vendrá cargada de magníficas películas de género. Este año, además, tendré ocasión de presentar allí “Lo macabro del amor”, la novela de terror que he publicado este año, y lo haré acompañado por el escritor Juan de Dios Garduño, autor de la magnífica “Y pese a todo…”, una obra que descubrí hace algo más de un año y que recomiendo fervientemente. La cita será el próximo jueves, 11 de octubre, a las 19.00 horas, dentro del Espacio FNAC (frente al Auditori). 




Y es por ello que me ha parecido buena idea traer aquí un extenso fragmento del prólogo que Juan Varo Zafra escribió la para la segunda edición de “Lo macabro del amor”, donde describe con precisión muchos aspectos del libro que, sin duda, serán interesantes para aquellos que ya lo hayan leído, pero también para los que aún no hayan tenido ocasión de hacerlo, con la seguridad de estas palabras que vienen a continuación despertarán su curiosidad y harán que, en el futuro, decidan adentrarse en las páginas que llevan a Castell de Ferro, ese pueblo de la costa de Granada donde seremos testigos de la génesis de un nuevo fin del mundo (temática, por cierto, de la presente edición del Festival).

(del prólogo de Juan Varo Zafra)

(…) Ahora aparece en Ediciones Hades la novela Lo macabro del amor. Y la primera cuestión que interesa comentar es, precisamente, el género de la obra. En principio, podría considerarse una recopilación de tres relatos o, incluso, de una novela breve y dos cuentos de desigual extensión: “Medusas”, en una sección titulado “Lo macabro”; “El color del mar no era azul”, en otra parte titulada “Del amor”; y “El último hombre vivo en Sevilla” que cierra el volumen a modo de epílogo. No obstante, Ordóñez advierte de la vinculación de los dos primeros textos, afirmando que se trata de “partes” de un todo, y no, como pudiera parecer, de narraciones independientes. Así, dice, constituyen “un ‘binomio contradictorio pero (…) enriquecedor y satisfactorio para el lector”.



 En efecto, a simple vista, ambos episodios comparten uno de los personajes, así como algunos elementos temáticos y paisajísticos. Pero el conjunto que forman los relatos de Lo macabro del amor ofrece también, como el propio autor sugiere, una consonancia más amplia que la revelada por estas concurrencias anteriormente anotadas. El título de la obra, formado por la unión de los dos sintagmas que dan nombre a las dos partes, Lo macabro del amor, apunta a la verdadera unidad del libro: la reflexión sobre el amor entendido como locura, desesperación y dolor que aboca al crimen de forma inapelable. De este modo, puede decirse que “Lo macabro: Medusas” es sustancialmente distinto que “Medusas”, relato, o más bien novela breve, original e independiente que obtuvo un accésit en el XIV Certamen Literario Universidad de Sevilla; del mismo modo que “Del amor: El color del mar no era azul” es también un texto de sentido diferente que “El color del mar no era azul”. Aunque también, por supuesto, es posible señalar algunas diferencias formales entre ambos episodios. La decisión de fundir en una obra unitaria dos relatos en origen independientes ya ha sido ensayada anteriormente en diversas ocasiones: recordemos el caso, por ejemplo, de William Faulkner, quien en 1939 publica Las palmeras salvajes, novela en la que alterna dos tramas bien distintas, que, sin embargo, al yuxtaponerse crean misteriosas afinidades y correspondencias en la recepción lectora.






En mi opinión, “Lo macabro: Medusas” es una obra más pensada para el espectador que para el lector. Sus secciones parecen corresponder más a una estructura en secuencias que en capítulos. Del mismo modo, sus fuentes están más en el cine que en la literatura. El autor combina con pericia materiales procedentes de diversos subgéneros del Fantástico y los acrisola en un relato febril, morboso y crispado que sorprende por la vivacidad de los diálogos, la creación de diversas tramas que poco a poco van fundiéndose en una sola, la recreación del paisaje costero granadino y, sobre todo, el desparpajo en la creación de una realidad textual que sabe prescindir de la retórica de la verosimilitud para presentar un universo distinto, regido por las leyes implacables de la crueldad y la fortuna ciega. El primer capítulo de “Medusas” y la abrupta resolución de las distintas líneas narrativas remiten al slasher de los años ochenta. Algunos pasajes del tramo final incurren en el gore tortuoso de films como Saw o Hostel. Hay, además, referencias a Los pájaros de Alfred Hitchcock y una divertida broma sobre Michael Haneke, el director de películas como La pianista, La cinta blanca y Funny games, esta última más próxima al clima de la novela. Incluso el autor ironiza posmodernamente sobre esta dimensión cinematográfica de su obra cuando hace decir a uno de los personajes “Si esto fuera una película con dinero…”, en una reflexión metaliteraria en la que concluye: “La creación es la trama”.


Pero quizá lo que más interesante me resulta de “Medusas” es su carácter solar, casi panteísta, y su medida mezcla de lo fantástico con lo erótico. En efecto, Ordóñez construye un espacio meridiano, de calor asfixiante y pasiones desencajadas que contribuyen a presentar un extraño thriller fantástico en el que conviven el asesinato, la investigación detectivesca, la denuncia ecológica, y el mito clásico en la aparición de una particular sirena depredadora. Y todo ello en un universo de pasiones desatadas: los celos, la melancolía, la envidia, el remordimiento, la codicia, que constituyen una suerte de alegoría negra sobre la condición humana y su destino. Hay pasajes extraordinarios, como el capítulo XVI, que podría funcionar como un relato autónomo potenciando esa capacidad de sugerencia que resulta esencial en el género. El lector está invitado a hacer la prueba: comenzar a leer la novela por este capítulo y, concluido, seguir el orden dispuesto por el autor.



“Del amor: El color del mar no era azul”, segunda parte de la novela, obedece, sin embargo, a un planteamiento más ortodoxamente literario. Si en “Medusas” el espacio se fragmentaba para dar lugar a las distintas tramas del relato; en “El color del mar no era azul”, el autor fragmenta el tiempo, y se apoya en la solidez de los diálogos para elaborar una historia de amor y degradación, o, mejor dicho, de degradación amorosa, que comparte con la primera parte la sordidez, el pesimismo sobre la condición humana y, en particular, las relaciones amorosas, así como la violencia y el sadismo, si bien de forma más contenida. Ordóñez narra la historia de una pareja desde el recuerdo del protagonista, Jacobo Lausberg, en dos momentos: la presumible vejez, y una misteriosa presencia en una playa, en un impreciso momento de su vida, cuando su amor ya se ha roto para siempre. En torno a estos dos ejes, vemos circular la atormentada historia de Jacobo y Ariadna: su enamoramiento, felicidad, crisis, ruptura, y, finalmente, la degradación personal, el descubrimiento de un horror indescriptible y, sobre todo, incomprensible. Se trata de un excelente relato, poseedor de una atmósfera malsana, por momentos irrespirable, que sabe conjugar sabiamente lo que se dice con lo que se insinúa; y con lo que, sobre todo, se deja en el aire, provocando la incertidumbre del lector, que no encuentra, en ningún momento, un terreno firme en el que sostenerse. Al final, Ariadna —y volvemos del nuevo al mito— es la mujer, el minotauro y el laberinto sin salida del protagonista. Ella es, desde luego, el personaje más complejo y cautivador de la novela: lo poco que se sabe de Ariadna desconcierta y aviva el deseo de saber más, de intentar comprender. Sabiamente, el autor nos escamotea las explicaciones, evitando la tentación de contar demasiado, tan peligrosa en el género. Porque “Del amor: El color del mar no era azul” pertenece a otra modalidad del fantástico: la que atiende al misterio irresoluble de los comportamientos humanos, a lo siniestro que se revela en las personas próximas, y, también, a los mecanismos del olvido (Jacobo va a la playa a enterrar un recuerdo) y del desamor. Se trata, verdaderamente, de un relato extraordinario.


El epílogo es un homenaje a Richard Matheson y a su novela más conocida, Soy leyenda, llevada al cine en varias ocasiones, e inspiradora del cine de zombies de tanto auge en la actualidad. El título del relato se debe, posiblemente, al título español de Omega man, dirigida por Boris Sagal, e interpretada por Charlton Heston en 1971; aunque también hubo una versión previa, italiana, con Vincent Price y mismo título, L’ultimo uomo della Terra, dirigida por Ubaldo Ragona y Sydney Salkow en 1964. La narración parece ajena a la propuesta en las dos partes precedentes. Pero, en todo caso, es fácil entrever que es éste el futuro que les aguarda a los protagonistas de estos relatos. El tiempo entre medias no importa, en una atrevida elipsis que debe aportar el lector para ver, también, la última vuelta de tuerca de esta historia en su exploración de los límites del amor y el dolor.

Juan Varo Zafra
Universidad de Granada