En el número 33 de la revista literaria ALDABA (primavera 2017), que coordina y publica ITIMAD, volvemos a escribir sobre una película: en este caso nos centramos en "SPLIT", la más reciente obra del director M. Night Shyamalan, que tanta discusión ha generado, tanto a favor como en contra. Si han visto la película, les invito a leer la reseña.
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lunes, 19 de junio de 2017
domingo, 8 de diciembre de 2013
EL CONSEJERO
En “El Consejero” se produce una
batalla de dimensiones épicas: en una bando se encuentra la literatura de
Cormac McCarthy, ajena por completo al lenguaje cinematográfico, cómoda en ese
mundo rico de metáforas y diálogos alargados sobre temas de inevitable
importancia para el alma humana; en el otro, Ridley Scott carga sus armas
visuales: fotografía impecable, dinámica puesta en escena y planos sugerentes y
expresivos. Unir un mundo y otro es una de las decisiones más arriesgadas que
podemos ver en una pantalla de cine y, sin embargo, hay que decir que es,
quizá, la única manera de poder disfrutar de ese McCarthy ahora presentado como
guionista.
En
el arranque contemplamos por un lado la inquietante velocidad de un motorista
que recorre una carretera desierta que ya nos ubica geográficamente en ese
atmósfera fronteriza, anticipo de los oscuros senderos a los que nos arrastrará
la trama; por otro, somos testigos del movimiento armónico de unas sábanas de
blanco inmaculado bajo las que se mueven con aparente soltura los cuerpos de
los amantes, un Michael Fassbender que interpreta al consejero mencionado en el
título, y una Penélope Cruz inocente, entregada a su amor, ajena al turbio
mundo que él oculta bajo su mirada. Esa pureza cromática reflejada en las sábanas,
entre pliegues y ondulaciones que parecen querer deformarla, se evapora rápidamente
cuando conocemos el negocio del protagonista y a sus socios. Pero a McCarthy no
le importa demasiado esa trama de trapicheo y corrupción, de muerte y
violencia; en cambio, sí está mucho más interesado en los discursos que sueltan
los personajes, ya sean principales o secundarios, sobre temas siempre
profundos relativos al ser humano. Por suerte, ahí tenemos a Ridley Scott, empeñado
en ampliar el espectro informativo y dialogado y trasladarlo al formato
cinematográfico, tratando de dar naturalidad visual a un texto que carece de
ella, pero que, sin duda, se mueve más cómodo entre el sólido cast y la experta dirección de Scott.
Hay
que destacar en roles secundarios a Javier Bardem, como un excesivo delincuente
de altos vuelos, y a Cameron Díaz, bella, misteriosa y cargada de peligro. Es
precisamente con estos dos actores donde se produce una de las escenas
memorables de “El Consejero”, con un hermoso coche de por medio… nunca mejor
dicho.
Hay
quien a menudo se irrita por el hecho de que en una película se ceda el
protagonismo a la palabra. Después de todo, dicen, el cine es un medio visual.
Y tienen razón, desde luego, el cine es un medio visual, pero hace tiempo que
llegó el sonoro, y enriquecer el texto de una película a través de diálogos más
literarios, si bien es peligroso, no tiene por qué ser necesariamente negativo.
Ridley Scott, que comenzó su carrera con tres incontestables obras maestras
(“Los duelistas”, “Alien” y “Blade Runner”), sortea con habilidad los
recargados diálogos que escribe McCarthy y aporta imágenes para el recuerdo:
ese arranque ardiente bajo las sábanas del comienzo, la escena a la que
aludíamos entre Bardem y Díaz, o la última secuencia que protagoniza Brad Pitt,
que demuestra cómo, acercándose ya a los ochenta años, Scott conserva el brío y
el talento de quien ha dejado ya piezas de gran valor para la historia del
cine.
“El
Consejero” es una película diferente, atípica, que por momentos bordea la fina
línea que separa el ridículo de lo brillante pero que, a menudo, se inclina por
esto último, mostrando un film de actores, de escritor que no es guionista
aunque salga acreditado como tal, y con un director capaz de poner en orden
todos los elementos para crear una obra que no es fácil, que permanece en el
recuerdo, de la que se habla con placer e interés al finalizar la proyección, adulta,
impropia de lo que se suele exhibir en centros comerciales y multisalas, una
rareza, en definitiva, muy estimulante donde hasta se llega a nombrar a Antonio
Machado y su mítico Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, quizá
porque el propio McCarthy es consciente de su atrevimiento y se identifica
plenamente con las palabras del poeta español al adentrarse en el medio
cinematográfico.
©José Luis Ordóñez (texto), diciembre 2013
lunes, 14 de enero de 2013
LAS MEJORES PELÍCULAS DE 2012
Ahora que se acaban de
entregar los Globos de Oro, muy repartidos, pero mostrando como triunfadora a “Argo”
(quiero creer que “Lincoln” y “Django Unchained” serán de una calidad muy
superior, porque, de acuerdo, Ben Affleck ha hecho su mejor obra hasta el
momento, es una buena película, pero, ¿de verdad es para tanto?), es momento
para dar un repaso a lo mejor del año 2012 estrenado en salas comerciales:
EN LA CASA (Francois Ozon)
Nos enfrentamos aquí a una
película apasionante, que nos introduce directamente en los mecanismos de la
creación de ficción a través de un profesor y su brillante alumno, generador de
unas historias que le harán replantearse el sentido de su propia existencia. La
película cierra con el mejor plano del año, espectacular, que recuerda (cómo
no) al gran Alfred Hitchcock de “La ventana indiscreta” y que resume en imágenes
uno de los temas de la película: la capacidad de fabulación a partir de la
observación como uno de los grandes motores que mueven el mundo. Uno de los
momentos cumbres del año en el ámbito cinematográfico. Brillante.
LOS IDUS DE MARZO (George
Clooney)
Cine que se mueve en el
turbio mundo de la política, “Los idus de marzo” es un thriller contemporáneo
que bucea en las sombras de los que rigen nuestros destinos. Hábil trama de
personajes grises donde George Clooney realiza su mejor trabajo como director hasta el momento y, además, se reserva un jugoso secundario que dispone de una
escena para brillar con luz propia. En el año que coronó a Ryan Gosling, esta
obra se muestra como un excelente ejemplo de cine inteligente que atrapa desde
sus primeras imágenes.
MOONRISE KINGDOM (Wes
Anderson)
Bella. Ese es el adjetivo
que mejor podría describir la estupenda película de Wes Anderson, una diferente
y emotiva historia que nos lleva por los resquicios de la imaginación que
conducen a la infancia, y, gracias al cine, nos permite hacerlo a través de
rostros de grandes actores como Bill Murray, Frances McDormand o Edward Norton.
DREDD (Pete Travis)
Si en 2011 gozamos con esa
maravilla impregnada de ecos del gran John Carpenter que era “Attack the block”,
este 2012 nos ha permitido disfrutar de una brillante (al tiempo que modesta,
en cuestiones presupuestarias) adaptación del mítico cómic “Juez Dredd”
(olvidemos, por favor, la aberrante aproximación que protagonizó en los 90
Sylvester Stallone). Aquí, Karl Urban encarna de manera solvente y eficaz al
lacónico y frío juez y ejecutor, en una misión donde es acompañado por una
aspirante a formar parte del grupo de jueces. Lástima que la taquilla haya sido
cruel con esta magnífica película que cuenta con guión de Alex Garland.
Excelente.
WAR HORSE (Steven Spielberg)
Que Steven Spielberg juegue
a ser John Ford en una película en la también vemos su lado más cercano al espectacular
David Lean es algo absolutamente gozoso. Tomando como punto de partida una
historia que puede ser discutible, Spielberg ejerce como el maestro que es para
regalarnos planos y secuencias antológicas, como el encuentro de los soldados
enemigos en la trinchera para ayudar a Joey o la escena final del reencuentro. Película
episódica cuyo nexo de unión es el caballo protagonista que nos lleva de una
historia a otra, permite momentos intimistas y momentos épicos, en los que la
conjunción de imagen y música nos desliza por ese terreno tan difícil de
alcanzar en el arte que es la emoción. Espectacular.
HEADHUNTERS (Morten Tyldum)
Entrar a ver esta película
sin saber nada de ella, sin haber leído por tanto el sustrato literario en el
que está basada, es un auténtico regalo. Uno lleva quince minutos de proyección
y ya han pasado más cosas que en la mitad de los estrenos del año. Cine negro
contemporáneo no exento de un humor salvaje donde también tiene cabida cierta
crítica hacia los criterios empresariales de las grandes compañías. Uno, sin
saber muy bien cómo, termina empatizando con el protagonista, un tipo no
demasiado agradable, como bien se recalca desde el principio de la historia. De
ritmo electrizante, se sale de esta película con una gran sonrisa, agradecido
por los constantes twists que unen
los engranajes de la historia. Vibrante.
SHAME (Steve McQueen)
Una de los films más
potentes del año, con momentos cargados de emotividad y dramatismo, donde
seguimos los pasos de una adicción y sus perniciosos efectos. Magníficas
interpretaciones a cargo de sus protagonistas Michael Fassbender y Carey
Mulligan, que se luce en una atípica y decadente versión de la mítica “New
York, New York” . Decir que el esplendoroso final permanece latiendo en la
memoria del espectador una vez ha terminado la película, invitándole a
completar el desenlace de la historia. Perturbadora y apasionante.
LOBOS DE ARGA (Juan Martínez
Moreno)
Tiene esta película un tono
y un ritmo que desde el principio nos envuelve con el sabroso goce de la buena comedia sazonada con elementos propios del cine de terror. Con un grupo de
actores principales y secundarios magnífico, “Lobos de Arga” se desarrolla con
pulso firme hasta su clímax final, dejándonos en el camino momentos muy
divertidos, situaciones absurdas, maldiciones ancestrales y revelaciones
terribles. Maravillosos, por cierto, los créditos iniciales con la inmensa voz
de Emilio Gutiérrez Caba narrándonos una historia que ya nos atrapa
inevitablemente. Fantástica.
MARTHA MARCY MAY MARLENE
(Sean Durkin)
De lo mejor del año.
Espectacular película que inquieta y fascina a partes iguales, nos muestra la
facilidad con que una secta es capaz de engullir a jóvenes y adiestrarles en
sus propias reglas, donde el mal ejerce un poder de fascinación lúgubre e
invisible del que parece difícil escapar. Y como representación de ese mal, impresionante John Hawkes.
LOS VENGADORES (Joss Whedon)
Esto es lo que puede y debería
hacer más a menudo el cine americano: cine espectáculo de calidad, con un buen
guión, buenos diálogos y personajes interesantes. Y con un humor magnífico que
arranca sonrisas a lo largo de la proyección. Joss Whedon rompió taquillas con
buen cine y se puso el listón alto para próximos blockbusters.
©José Luis Ordóñez (texto), 2013
jueves, 4 de octubre de 2012
LO MACABRO DEL AMOR en SITGES 2012
Hoy
arranca la edición número 45 del Festival Internacional de Cinema de Catalunya:
SITGES 2012, y estamos seguros de que, nuevamente, vendrá cargada de magníficas
películas de género. Este año, además, tendré ocasión de presentar allí “Lo
macabro del amor”, la novela de terror que he publicado este año, y lo haré
acompañado por el escritor Juan de Dios Garduño, autor de la magnífica “Y pese
a todo…”, una obra que descubrí hace algo más de un año y que recomiendo
fervientemente. La cita será el próximo jueves, 11 de octubre, a las 19.00
horas, dentro del Espacio FNAC (frente al Auditori).
Y
es por ello que me ha parecido buena idea traer aquí un extenso fragmento del
prólogo que Juan Varo Zafra escribió la para la segunda edición de “Lo macabro
del amor”, donde describe con precisión muchos aspectos del libro que, sin
duda, serán interesantes para aquellos que ya lo hayan leído, pero también para
los que aún no hayan tenido ocasión de hacerlo, con la seguridad de estas palabras
que vienen a continuación despertarán su curiosidad y harán que, en el futuro,
decidan adentrarse en las páginas que llevan a Castell de Ferro, ese pueblo de
la costa de Granada donde seremos testigos de la génesis de un nuevo fin del
mundo (temática, por cierto, de la presente edición del Festival).
(del prólogo de Juan Varo Zafra)
(…) Ahora aparece en Ediciones Hades la novela Lo macabro del
amor. Y la primera cuestión que interesa comentar es, precisamente, el
género de la obra. En principio, podría considerarse una recopilación de tres
relatos o, incluso, de una novela breve y dos cuentos de desigual extensión:
“Medusas”, en una sección titulado “Lo macabro”; “El color del mar no era
azul”, en otra parte titulada “Del amor”; y “El último hombre vivo en Sevilla”
que cierra el volumen a modo de epílogo. No obstante, Ordóñez advierte de la
vinculación de los dos primeros textos, afirmando que se trata de “partes” de
un todo, y no, como pudiera parecer, de narraciones independientes. Así, dice,
constituyen “un ‘binomio contradictorio pero (…) enriquecedor y satisfactorio
para el lector”.
En efecto, a simple vista, ambos episodios comparten uno de los
personajes, así como algunos elementos temáticos y paisajísticos. Pero el
conjunto que forman los relatos de Lo macabro del amor ofrece también,
como el propio autor sugiere, una consonancia más amplia que la revelada por
estas concurrencias anteriormente anotadas. El título de la obra, formado por
la unión de los dos sintagmas que dan nombre a las dos partes, Lo macabro
del amor, apunta a la verdadera unidad del libro: la reflexión sobre el
amor entendido como locura, desesperación y dolor que aboca al crimen de forma
inapelable. De este modo, puede decirse que “Lo macabro: Medusas” es sustancialmente
distinto que “Medusas”, relato, o más bien novela breve, original e
independiente que obtuvo un accésit en el XIV Certamen Literario Universidad de
Sevilla; del mismo modo que “Del amor: El color del mar no era azul” es también
un texto de sentido diferente que “El color del mar no era azul”. Aunque
también, por supuesto, es posible señalar algunas diferencias formales entre
ambos episodios. La decisión de fundir en una obra unitaria dos relatos en
origen independientes ya ha sido ensayada anteriormente en diversas ocasiones:
recordemos el caso, por ejemplo, de William Faulkner, quien en 1939 publica Las
palmeras salvajes, novela en la que alterna dos tramas bien distintas, que,
sin embargo, al yuxtaponerse crean misteriosas afinidades y correspondencias en
la recepción lectora.
En mi opinión, “Lo macabro: Medusas” es una obra más pensada
para el espectador que para el lector. Sus secciones parecen corresponder más a
una estructura en secuencias que en capítulos. Del mismo modo, sus fuentes
están más en el cine que en la literatura. El autor combina con pericia
materiales procedentes de diversos subgéneros del Fantástico y los acrisola en
un relato febril, morboso y crispado que sorprende por la vivacidad de los diálogos,
la creación de diversas tramas que poco a poco van fundiéndose en una sola, la
recreación del paisaje costero granadino y, sobre todo, el desparpajo en la
creación de una realidad textual que sabe prescindir de la retórica de la
verosimilitud para presentar un universo distinto, regido por las leyes
implacables de la crueldad y la fortuna ciega. El primer capítulo de “Medusas”
y la abrupta resolución de las distintas líneas narrativas remiten al slasher de los años ochenta. Algunos
pasajes del tramo final incurren en el gore tortuoso de films como Saw o
Hostel. Hay, además, referencias a Los pájaros de Alfred
Hitchcock y una divertida broma sobre Michael Haneke, el director de películas
como La pianista, La cinta blanca y Funny games, esta
última más próxima al clima de la novela. Incluso el autor ironiza
posmodernamente sobre esta dimensión cinematográfica de su obra cuando hace
decir a uno de los personajes “Si esto fuera una película con dinero…”, en una
reflexión metaliteraria en la que concluye: “La creación es la trama”.
Pero quizá lo que más interesante me resulta de “Medusas” es su
carácter solar, casi panteísta, y su medida mezcla de lo fantástico con lo
erótico. En efecto, Ordóñez construye un espacio meridiano, de calor asfixiante
y pasiones desencajadas que contribuyen a presentar un extraño thriller
fantástico en el que conviven el asesinato, la investigación detectivesca, la
denuncia ecológica, y el mito clásico en la aparición de una particular sirena
depredadora. Y todo ello en un universo de pasiones desatadas: los celos, la
melancolía, la envidia, el remordimiento, la codicia, que constituyen una
suerte de alegoría negra sobre la condición humana y su destino. Hay pasajes
extraordinarios, como el capítulo XVI, que podría funcionar como un relato
autónomo potenciando esa capacidad de sugerencia que resulta esencial en el
género. El lector está invitado a hacer la prueba: comenzar a leer la novela
por este capítulo y, concluido, seguir el orden dispuesto por el autor.
“Del amor: El color del mar no era azul”, segunda parte de la
novela, obedece, sin embargo, a un planteamiento más ortodoxamente literario.
Si en “Medusas” el espacio se fragmentaba para dar lugar a las distintas tramas
del relato; en “El color del mar no era azul”, el autor fragmenta el tiempo, y
se apoya en la solidez de los diálogos para elaborar una historia de amor y
degradación, o, mejor dicho, de degradación amorosa, que comparte con la
primera parte la sordidez, el pesimismo sobre la condición humana y, en
particular, las relaciones amorosas, así como la violencia y el sadismo, si
bien de forma más contenida. Ordóñez narra la historia de una pareja desde el
recuerdo del protagonista, Jacobo Lausberg, en dos momentos: la presumible
vejez, y una misteriosa presencia en una playa, en un impreciso momento de su
vida, cuando su amor ya se ha roto para siempre. En torno a estos dos ejes,
vemos circular la atormentada historia de Jacobo y Ariadna: su enamoramiento,
felicidad, crisis, ruptura, y, finalmente, la degradación personal, el
descubrimiento de un horror indescriptible y, sobre todo, incomprensible. Se
trata de un excelente relato, poseedor de una atmósfera malsana, por momentos
irrespirable, que sabe conjugar sabiamente lo que se dice con lo que se
insinúa; y con lo que, sobre todo, se deja en el aire, provocando la
incertidumbre del lector, que no encuentra, en ningún momento, un terreno firme
en el que sostenerse. Al final, Ariadna —y volvemos del nuevo al mito— es la
mujer, el minotauro y el laberinto sin salida del protagonista. Ella es, desde
luego, el personaje más complejo y cautivador de la novela: lo poco que se sabe
de Ariadna desconcierta y aviva el deseo de saber más, de intentar comprender.
Sabiamente, el autor nos escamotea las explicaciones, evitando la tentación de
contar demasiado, tan peligrosa en el género. Porque “Del amor: El color del
mar no era azul” pertenece a otra modalidad del fantástico: la que atiende al
misterio irresoluble de los comportamientos humanos, a lo siniestro que se
revela en las personas próximas, y, también, a los mecanismos del olvido
(Jacobo va a la playa a enterrar un recuerdo) y del desamor. Se trata,
verdaderamente, de un relato extraordinario.
El epílogo es un homenaje a Richard Matheson y a su novela más
conocida, Soy leyenda, llevada al cine en varias ocasiones, e
inspiradora del cine de zombies de tanto auge en la actualidad. El título del
relato se debe, posiblemente, al título español de Omega man, dirigida
por Boris Sagal, e interpretada por Charlton Heston en 1971; aunque también
hubo una versión previa, italiana, con Vincent Price y mismo título, L’ultimo uomo della Terra, dirigida por
Ubaldo Ragona y Sydney Salkow en 1964. La narración parece ajena a la propuesta
en las dos partes precedentes. Pero, en todo caso, es fácil entrever que es
éste el futuro que les aguarda a los protagonistas de estos relatos. El tiempo
entre medias no importa, en una atrevida elipsis que debe aportar el lector
para ver, también, la última vuelta de tuerca de esta historia en su
exploración de los límites del amor y el dolor.
Juan Varo Zafra
Universidad de Granada
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