Siempre es agradable comprobar que quien se acerca a lo que has escrito aprecia y valora su contenido, y, además, lo expone de manera generosa y exquisita. Es lo que ha sucedido con "The Loot of Boba Fett", que hace unas semanas dejó estos comentarios sobre "El universo de Indiana Jones" (Notorious ediciones) por sus redes. Por aquí los recupero ahora. Y, de nuevo, muchas gracias.
miércoles, 9 de julio de 2025
lunes, 22 de enero de 2024
Cuando acecha la maldad (Demián Rugna, 2023)
Hay películas que te cogen del cuello desde el principio y ya no te sueltan hasta el final. Esta es una de ellas. No se la pierdan y vayan a la sala de cine más cercana para sumergirse en esta historia de dos hermanos en el ámbito rural bajo una amenaza terrorífica. Prepárense. Es extraordinaria.
martes, 19 de diciembre de 2023
"Cuentas divinas" en la revista "Entorno Literario"
El número uno de la Revista de Letras y de las Artes del Libro, "Entorno Literario", recoge una breve reseña que escribí hace un tiempo sobre el multipremiado cortometraje "Cuentas divinas", dirigido por Eulàlia Ramón, escrito por María Zaragoza y protagonizado por Celia Freijeiro, Fele Martínez y Marina San José. Ahora que acaba de ser nominado al Premio Goya al Mejor Cortometraje, es un buen momento para recuperarlo. La revista, además, está editada con un cuidado literario admirable y recoge artículos y reseñas del mayor interés.
jueves, 5 de octubre de 2023
Sobre "Cerrar los ojos" y "Golpe de suerte" (con spoilers)
Todo esto va a conducir a un desenlace que, podríamos decir, muestra la magia del cine; no solo en la propia trama, por lo que provoca en los personajes, sino porque, por ejemplo, nos lleva al que quizá sea el mejor último plano de la historia del cine español: emotivo, significativo y de una extraordinaria belleza plástica. El rostro de Gardel, ese Jose Coronado envejecido, con la mirada acuosa clavada en la pantalla, viéndose a sí mismo en la película inacabada donde buscó y trajo ante otro padre a su hija perdida, es desde ya un momento memorable de la narrativa audiovisual; y todo esto, recordemos, al tiempo que Gardel tiene a su propia hija sentada al lado, Ana Torrent, esperando que él reaccione, que la reconozca, que también la encuentre, que escape a su falta de memoria, que esa escena de la película perdida que está siendo proyectada en la sala de cine provoque el hechizo y le haga ver quién es, rescatándolo del pozo del olvido en que lleva sumido tanto tiempo. Entonces, Gardel parece tener un momento de lucidez, ese mismo al que se refiere en una escena previa el personaje de Manolo Solo, que admite que, a veces, por un instante, sospecha que él lo reconoce.
Cerrar los ojos conservando la memoria... abrir los ojos perdiéndola. El cine como elemento que va más allá de la ficción. La sala de cine como el quirófano imprescindible para curar al espectador de tanto contenido (ah, contenido, esa palabra delatora ya de sus propias intenciones...). La estructura como esqueleto vital para mantener erguida una historia y que camine con pasos certeros. El homenaje que va más allá del propio homenaje y da sentido y profundidad al personaje principal. Que en ese refugio costero, con el perfil de la población granadina de Castell de Ferro, Manolo Solo se arranque con los acordes de My rifle, my pony and me, emulando nada más y nada menos que a Dean Martin en Río Bravo, de Howard Hawks, es no solo un punto de luz más en esta brillante película, sino el conjuro capaz de emocionar a todo el que se embarque en este viaje, el mejor que ha dado el cine español en décadas.
Aquí hay gente con dinero, hay escritores, hay bares y lugares bellos por los que los personajes pasean, hay cierto humor malsano (esos trenecitos de juguete), hay muerte... y sobre todo, hay talento para contar una historia sin coartadas morales. Así, la belleza plástica que genera Vittorio Storaro, mítico director de fotografía, se une y genera contraste con el talento de Allen para escribir y componer escenas memorables. El arranque por ejemplo, rodado en un plano secuencia que ya nos muestra uno de los temas, la casualidad: esa mujer joven y casada que en un paseo cotidiano por las calles de París se encuentra con un antiguo compañero de instituto que, secretamente, siempre estuvo enamorado de ella. No es difícil imaginar qué va a suceder a continuación.
Uno tiene la sensación de que, a estas alturas, Woody Allen se puede permitir una mirada distante con su propia historia: nos la embellece al máximo, como si fuera una comedia romántica, y es en esa textura luminosa y saturada, propia de un París idealizado fotográficamente, donde se dispone a ofrecernos una mirada turbia hacia este triángulo amoroso. Pero ni siquiera lo turbio va acompañado de lo siniestro, en forma de música inquietante u oscuridad: aquí el mal y el bien transitan de la mano bajo el mismo sol, la misma música y la misma normalidad. Y es por esa normalidad, por muy terrorífica que sea, donde transita el azar, caprichoso e inevitable, capaz de provocar bifurcaciones inesperadas, como esa primera escena a la que hacíamos referencia, y dando lugar a consecuencias macabras: el asesinato y desaparición del joven escritor y la posterior trama donde parece que la madre de la protagonista va a correr la misma suerte... hasta que el azar, de nuevo, irrumpe con sus largas y afiladas garras.
Pase lo que pase, el mundo sigue girando, el sol sigue saliendo y la luz se perfila hermosa sobre París. Al final queda la pasión, sin duda, aunque sea por las máquinas y vagones de un tren de juguete como disfrute de un adulto millonario. Aquí Allen nos ofrece su versión de ese tren con la forma de una película que normaliza el crimen y el azar a través de la belleza, quizá nuestro último consuelo: puede que haya muerte, pero eso no nos arrebata la luminosidad del mundo... al menos mientras el director de fotografía sea Vittorio Storaro.
Para el espectador que ama el cine es un auténtico golpe de suerte encontrarse con las películas de estos dos maestros en salas de cine, porque a su conclusión dan ganas de cerrar los ojos y recrear en la cabeza las historias que acabas de disfrutar, pensar y reflexionar sobre ellas, lo que cuentan y cómo lo cuentan, historias creadas por octogenarios que desafían el paso del tiempo y siguen haciendo lo mismo que hace medio siglo: dignificar el cine, hacer de él un arte y provocar emoción y reflexión en el espectador.
lunes, 14 de agosto de 2023
Sobre el cortometraje "Cuentas divinas"
He tenido el placer de escribir una breve reseña sobre el corto "Cuentas divinas" (Eulàlia Ramón, 2022) que se ha publicado en la revista "Anduriña" (número 96 / junio 2023). Por aquí lo comparto:
miércoles, 19 de abril de 2023
Nueva reseña sobre "El sintonizador"
Más de un año después de su publicación, "El sintonizador" (Algaida, 2022) continúa conectando con lectores y, en este caso, con Sergibooks, que acaba de publicar una reseña de la novela. Muchas gracias. Y por aquí la comparto:
miércoles, 4 de mayo de 2022
"El sintonizador" en la Feria del Libro de MÁLAGA 2022
Les recordamos que este viernes 6 de mayo a las 18:00 horas estaremos firmando ejemplares de mi novela "El sintonizador" (Algaida, 2022) en la caseta 36 (Librería Proteo) de la Feria del Libro de Málaga 2022. Allí les esperamos.
domingo, 13 de marzo de 2022
EL MUNDO ES VUESTRO (2022, Alfonso Sánchez)
Hay
una sensación maravillosa que, a veces, se produce en el interior de una sala
de cine, y es cuando el metraje de la película comienza a proyectarse sobre la
gran pantalla y, tras sus primeros minutos, descubres que no te has equivocado,
que has elegido sabiamente entre la diversa oferta audiovisual. En realidad,
esto no deja de ser una reformulación de lo que ya afirmaba el productor y
director de cine estadounidense Cecil B. DeMille cuando decía eso de que una
película debía empezar con un terremoto y después ir hacia arriba, entendiendo
que ese terremoto pueda ser un
personaje interesante, una escena potente, una situación memorable, un diálogo
eléctrico, un anticipo inteligente de lo que está por venir... algo que, en
definitiva, capte nuestro interés como espectadores; y no necesariamente, como
vemos, el tipo de terremotos con los que suelen empezar las películas de James
Bond, Indiana Jones o la saga "Misión imposible".
Esa es la misma sensación que uno
tiene con los primeros minutos de "El mundo es vuestro", la nueva película de Alfonso Sánchez que, a lo largo de su poco más de hora y
media de duración, retoma personajes de sobra conocidos (esos compadres a los que el propio Sánchez y
Alberto López dan vida con la naturalidad y frescura habituales), añade otros
nuevos al reparto y algunos más que, siéndolo, son, sin embargo, muy, muy familiares. El gran acierto de este
prólogo reside en la contención, la subversión de roles y expectativas, y,
claro, en la extraña empatía entre el protagonista y el agente al que da vida
un brillante Antonio de la Torre. Este es, pues, el excelente punto de partida
que después nos conduce al espacio donde se va a desarrollar la práctica
totalidad del metraje, en lo que parece una concurrida hacienda donde se reúnen
lo más poderoso, tradicional, revolucionario y casposo del país, y donde
surgirán oportunidades de negocios con grandes inversores detrás; lo de la
ocupación de la España vaciada, con China de por medio, antológico, así como
esa cacería absolutamente memorable en la que los políticos charlan de sus
cosas... cosas que, en el fondo son las nuestras... pero que siempre, como comprobamos,
serán solo suyas.
Así, la política está presente de
una manera corrosiva e inteligente, crítica y lúdica, con un sano espíritu de
repartir a diestro y siniestro, lo que haría de esta una película muy
recomendable para ser proyectado en el Congreso de los Diputados; creo que
todos pagaríamos por ver las reacciones de sus señorías mientras, camufladas en
la sana oscuridad de una buena sala de cine, contemplan figuras similares a las
suyas en conversaciones que, probablemente, de un modo u otro, resuenen en sus
cabezas.
Pero más presente, y con el eco aún
cercano del centenario de su nacimiento celebrado en 2021, es el espíritu del mítico
director de cine Luis García Berlanga, para nada disimulado (¿por qué habría de
serlo?), y que aquí se muestra ágil y, por momentos, exuberante, con planos
secuencia que son auténticos tour de
force y provocan admiración desde el lado de la contemplación objetiva y
analítica, y honesta diversión desde la butaca del espectador. Hay otros
referentes obvios que se adaptan a nuestra propia situación como país en estos
tiempos: ahí están, para su disfrute, momentos muy Monty Python y guiños claros
al cine de Quentin Tarantino o al propio spaguetti
wéstern.
He leído, o tal vez escuchado, que
esta película está diseñada para cerrar una denominada trilogía del enterismo que comenzó con "El mundo
es nuestro" (2012), continuó con "El mundo es suyo" (2018) y
ahora parece concluir. Tal vez sea esa la intención, pero el cine es imagen y
la imagen no miente; después de todo, no se cierra la historia con los héroes
alejándose, cabalgando hacia la puesta de sol, como final bello y definitivo a
una historia (aunque tampoco del todo concluyente... ¿acaso no recuerdan el último
plano de "Indiana Jones y la última cruzada"?). Aquí los personajes
principales no se alejan del espectador, sino que se acercan, caminan hacia la
cámara (o hacia la pantalla), y se acercan tanto que acaban sobrepasándola,
dejándonos sin ver hacia dónde van pero también con ganas de girar la cabeza y
seguir con la mirada el destino de su próxima aventura.
"El mundo es vuestro" es
una muestra de cine con clara vocación comercial, que busca la comedia desde
diferentes ángulos y se apoya en el trabajo actoral donde, más allá de unos
protagonistas que ya conocemos y con los que disfrutamos, brillan esos
secundarios (siempre tan imprescindibles) que, ya sea con mayor o menor
presencia en pantalla, aparecen dibujados con cariño y como parte fundamental
de esta película (deslumbran, particularmente, Carmen Canivell, Teresa Arbolí o
Carlos Olalla, por citar tres), una obra que encuentra con facilidad algo tan
difícil como el tono adecuado (gracias, por ejemplo, a la música de Juan Cantón
o la fotografía de Alejandro Espadero) y que es muchas más cosas, pero, sobre
todo, una muestra de buen cine, a contracorriente, osado y cinéfilo, una
tormenta perfecta de Berlanga, los Monty Python y Tarantino en la España de
2022.
martes, 11 de mayo de 2021
Those who wish me dead (Taylor Sheridan, 2021)
Hay
películas que no acaban de funcionar aunque parecen tener todos los elementos
para ello: a veces puede ser una cuestión de guion, de montaje o, incluso, de
duración. Todo esto parece suceder en "Aquellos que desean mi
muerte", nueva película de Taylor Sheridan: la historia se hubiera
beneficiado de una extensión mayor (quizá una miniserie para HBO), y así, por
ejemplo, desarrollar personajes que apenas aparecen apuntados, como esos dos
asesinos que encarnan Aidan Gillen y Nicholas Hault; el montaje en la primera
parte de la película es apresurado, donde se suceden las acciones de manera
demasiado evidente y previsible; y el guion carece de sutilidad, no permite que
las potentes imágenes de los paisajes naturales (tan características del cine
de Sheridan) hablen por sí mismas. Del resto de secundarios, salvo alguna
excepción, indicar que pasan por el metraje sin tiempo de aportar otra cosa que
no sea mera funcionalidad. Angelina Jolie cumple como protagonista de una
película fallida, sí, pero muy interesante de ver, de analizar, con alguna
secuencia magnífica, como el asalto de los dos asesinos a la casa de la pareja
que forman Medina Senghore y Jon Bernthal. Taylor Sheridan es autor de guiones
estupendos ("Comanchería", "Sicario") y ha dirigido
películas magníficas ("Wind River"), donde la naturaleza cobra
siempre protagonismo, una naturaleza que no tiene piedad con buenos ni malos,
purificadora pero implacable. En algún lugar de "Aquellos que desean mi
muerte" había una gran película que, intuyo, ha quedado oculta por el humo
y las llamas de algún fuego creativo y/o de producción también implacable.
viernes, 12 de febrero de 2021
La ley de la calle (Francis Ford Coppola, 1983)
Nubes. Aceleradas. Menciones a “The Motorcycle Boy Reigns”. Y después entras en un bar junto a Lawrence Fishbourne (aquí todavía Larry). Allí juega al billar Matt Dillon (el Matt Dillon de 1983), y junto a él van apareciendo, progresivamente, un Nicolas Cage con tupé a lo Elvis y uno de los hermanos Penn (el de “Reservoir Dogs”, no el ex de Charlize Theron). El camarero, ojo, Tom Waits (con algún momento de gloria, habría que señalar). Todos del glorioso año 1983. Y todo, absolutamente todo, en aún más glorioso blanco y negro. ¿No es bastante? No hay problema, porque aún falta lo mejor, claro, porque aún falta que aparezca el mismísimo The Motorcycle Boy: un místico y épico Mickey Rourke, entonces en su mejor época (en la década que nos trajo las también maravillosas “Year of the Dragon” y “Angel’s Heart”). Esta película de Coppola es una exhibición de talento (con esos ángulos expresivos reforzados por el blanco y negro), amor al cine como medio para contar una historia (una variedad en la planificación que va de planos fijos, planos con cámara al hombro, primerísimos planos, traveling, uso del blanco y negro y el color, etc.; y, lo más importante, todo justificado) y el deseo de contar de manera personal una obra de otra autora (S. E. Hinton). ¿La banda sonora? De un tal Stewart Copeland (¿recuerdan The Police?). Añadan a ese reparto a Diane Lane (la chica, claro) y un breve (pero brillante) Dennis Hopper como el padre (muy borracho) de esos dos hermanos (escena memorable de reencuentro, por cierto, entre patética y entrañable, de esa familia desestructurada). Todo en “La ley de la calle” (“Rumble Fish”, en el original) es mágico: es cine de talento, personal, universal y, casi me atrevería a decir, irrepetible. Antes de fundir a negro, la película nos ofrece un bellísimo plano fijo y, superpuesto, aparece el crédito del director, Francis Ford Coppola, que se la dedica a su hermano mayor; otros parientes aparecen en producción, en el reparto vemos al sobrino de secundario (Nicolas Cage) y a la propia hija (Sofia Coppola, de niña). La familia, como siempre, que diría el mismísimo Vito Corleone. Y, como sucede con cierta frecuencia en la obra de Coppola, magistral esta "Rumble Fish". Larga vida al chico de la moto.