Llueve.
Es de noche. Conduces. Te deslumbran los coches que vienen de frente y estás
cansada. La inquietud anida en tu cuerpo y te hace pensar que todo va a salir
mal. Si te quedas dormida podrías tener un accidente y entonces descubrirse lo
de tu robo. Cuarenta mil dólares. Mierda. Pero entonces, a través del
parabrisas empapado de agua, ves las luces salvadoras: Bates Motel.
De verdad, ¿alguien puede
no tener curiosidad por saber qué fue de Norman Bates después de ingresar en el
psiquiátrico? El recuerdo de la obra maestra de Alfred Hitchcock es tan
poderoso que ha eclipsado por completo el sustrato literario en el que se basa,
haciendo olvidar al autor de la novela, Robert Bloch, y a gran parte de su
obra, de la que hasta hace poco no había demasiadas traducciones.
Antes de centrarnos en la
novela que justifica este post, no está de más recordar la saga cinematográfica
que ha seguido el personaje de Norman Bates. Como cualquier cinéfilo (o no)
recordará, todo arranca con Alfred Hitchcock, Anthony Perkins, Saul Bass y,
claro, Bernard Herrmann, todos ellos encargados de ajusticiar con arma blanca a
Janet Leigh en una escena que, merecidamente, forma ya parte de la historia del
cine. Tuvieron que pasar veinte años para que empezaran a gotear las secuelas,
siendo la más destacada de todas ellas Psicosis
II, dirigida por Richard Franklin, una obra que ya nada tenía que ver ni
con Hitchcock ni con Bloch y que, a pesar de luchar contra el recuerdo de su
predecesora, se convertía en una interesante propuesta, aunque ciertamente
alejada de la genialidad de la película original.
Y todo esto nos lleva a Psicosis II, la novela, continuación que
escribe Robert Bloch (y que, como hemos señalado, nada tiene que ver con la
película de Franklin) retomando el personaje de Norman Bates, al que
descubrimos años después en el psiquiátrico, y que comienza de manera directa:
“Norman Bates miraba fijamente por la ventana de la biblioteca, intentando con
todas sus fuerzas no ver los barrotes”.
Uno intuye el placer que
pudo extraer el propio Bloch de esta secuela literaria, en la que la acción en
determinado momento de la novela se traslada a un Hollywood donde se está
rodando, precisamente, una película inspirada en los crímenes perpetrados años atrás
por Norman Bates (no es difícil aquí anticipar parte de los argumentos de la
saga Scream). Y digo placer porque,
si son ciertas las noticias que nos han llegado a través de los años, la
relación del escritor con el mundo del cine no fue demasiado positiva
(Hitchcock se las arregló para pagar una cantidad relativamente baja por los
derechos de Psicosis y, años después,
cuando se empezó a trabajar en la secuela cinematográfica, los ejecutivos del
momento rechazaron los intentos de Bloch para unirse al proyecto), y eso hace
que Psicosis II pueda leerse también
como un ajuste de cuentas con el mundo del cine. No es difícil, pues, encontrar
cierto humor en los extractos relativos a los componentes del equipo de rodaje,
con el que no sería demasiado difícil establecer algún paralelismo con el
equipo real de la película de Hitchcock. La novela discurre con la eficacia y
el buen pulso narrativo de Bloch, aunque hacia el último tramo uno ya intuye el
truco maquinado por el escritor para, de nuevo, sorprender a sus lectores. Aun
así, se agradece el oficio, el hábil uso del punto de vista y el ritmo que se
imprime a las andanzas del señor Bates.
Y, por cierto, mientras
alguna editorial se anima con la traducción y publicación de Psycho House, la última entrega
literaria de la saga creada por Bloch, no está de más recordar esa joya que se
editó poco antes de su muerte: una edición en tapa dura de Psicosis firmada por el autor, con prólogo de Richard Matheson y
epílogo de Ray Bradbury. Creo que más de uno estaría dispuesto a pasar una
noche en el Bates Motel con tal de hacerse con una copia.
Incluso darse una ducha.
©José Luis Ordóñez
(texto), agosto 2013
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