Ha
querido la casualidad que haya leído de manera consecutiva las novelas “El jugador” y “El escondrijo”, producto
de épocas completamente diferentes y con pocos nexos en común, salvo una
concepción de los alemanes y su carácter de inquietante parecido.
Lo
primero que llama la atención en la lectura de “El jugador” es su ritmo
frenético, acelerado, la inesperada modernidad, el diálogo que hace avanzar la
trama, la obsesión como motor que articula el desarrollo de la historia. A
veces tiene uno la sensación de que Dostoievski escribe como un buen ciclista:
sin mirar atrás, solo empecinado en alcanzar esa cima que supone la victoria,
o, lo que es lo mismo, el épico triunfo que implica la conclusión de una obra
narrativa de larga distancia. En “El escondrijo”, por otro lado, se aprecia un
mayor interés por la estructura, un preconcebido uso de las piezas del puzzle, sobre
todo en la primera mitad de la obra. El autor de esta novela es Robert Shaw, actor
británico de raza que interpretó varios papeles ya legendarios en la historia
del cine: cómo olvidar su composición del villano en “Desde Rusia con Amor”,
junto al pletórico Sean Connery en lo que suponía la segunda entrega de James
Bond; impresionante también es su participación en “El golpe”, al lado de dos
vacas sagradas como Paul Newman y Robert Redford, y donde, no sólo no
desaparecía ante ellos, sino que también construía un personaje de hierro,
inolvidable, capaz de absorber la atención con cada una de sus apariciones; o,
por supuesto, su rol como Quint, ese capitán Ahab que se desprendía de
“Tiburón”, la película que dirigió Steven Spielberg a partir de la novela de
Peter Benchley, en el que fue su último gran papel antes de morir de forma
prematura.
En
el arranque de “El jugador” uno de los personajes explica detalladamente el método alemán de acumulación de riquezas,
en una exposición que se acerca a las dos páginas, con precisiones de tan poco
talante científico como la de que todos
trabajan como burros y todos ahorran dinero como judíos. Acercándonos a la
mitad de “El escondrijo”, uno de los personajes alemanes dice: El capitalismo está agonizando, he oído
decir muchas veces, pero yo creo que podemos convertirnos en la potencia más
capitalista que ha conocido el universo. Tratemos de conseguirlo. Procuremos
ser tan ricos como podamos y luego veremos lo que pasa. Impongamos nuestro
dominio económico. Discutiremos, con los bolsillos repletos, con los enemigos
de Alemania.
Dostoievski
escribió “El jugador” en la segunda mitad del siglo XIX. Shaw escribió “El
escondrijo” cien años después. En la primera novela tenemos la historia de un joven mentor empleado por un general, describe la
adicción al juego de la ruleta y contiene una pasional historia de amor, siendo ambas, al
parecer, reflejo de sendas realidades en la vida del escritor ruso. En la
segunda, en cambio, tenemos una claustrofóbica historia que se centra en
dos aviadores ingleses que son derribados en una incursión aérea contra Alemania.
Así
pues, mundos opuestos, con temáticas, personajes y estructuras diferentes. Y,
sin embargo, con pequeños puntos de conexión, como esa visión descrita a través
de sus personajes de cierta nación europea.
©J.L. Ordóñez (texto), febrero 2014