viernes, 21 de febrero de 2014

Mundos opuestos



Ha querido la casualidad que haya leído de manera consecutiva las novelas “El jugador” y “El escondrijo”, producto de épocas completamente diferentes y con pocos nexos en común, salvo una concepción de los alemanes y su carácter de inquietante parecido.


        
              
Lo primero que llama la atención en la lectura de “El jugador” es su ritmo frenético, acelerado, la inesperada modernidad, el diálogo que hace avanzar la trama, la obsesión como motor que articula el desarrollo de la historia. A veces tiene uno la sensación de que Dostoievski escribe como un buen ciclista: sin mirar atrás, solo empecinado en alcanzar esa cima que supone la victoria, o, lo que es lo mismo, el épico triunfo que implica la conclusión de una obra narrativa de larga distancia. En “El escondrijo”, por otro lado, se aprecia un mayor interés por la estructura, un preconcebido uso de las piezas del puzzle, sobre todo en la primera mitad de la obra. El autor de esta novela es Robert Shaw, actor británico de raza que interpretó varios papeles ya legendarios en la historia del cine: cómo olvidar su composición del villano en “Desde Rusia con Amor”, junto al pletórico Sean Connery en lo que suponía la segunda entrega de James Bond; impresionante también es su participación en “El golpe”, al lado de dos vacas sagradas como Paul Newman y Robert Redford, y donde, no sólo no desaparecía ante ellos, sino que también construía un personaje de hierro, inolvidable, capaz de absorber la atención con cada una de sus apariciones; o, por supuesto, su rol como Quint, ese capitán Ahab que se desprendía de “Tiburón”, la película que dirigió Steven Spielberg a partir de la novela de Peter Benchley, en el que fue su último gran papel antes de morir de forma prematura.


En el arranque de “El jugador” uno de los personajes explica detalladamente el método alemán de acumulación de riquezas, en una exposición que se acerca a las dos páginas, con precisiones de tan poco talante científico como la de que todos trabajan como burros y todos ahorran dinero como judíos. Acercándonos a la mitad de “El escondrijo”, uno de los personajes alemanes dice: El capitalismo está agonizando, he oído decir muchas veces, pero yo creo que podemos convertirnos en la potencia más capitalista que ha conocido el universo. Tratemos de conseguirlo. Procuremos ser tan ricos como podamos y luego veremos lo que pasa. Impongamos nuestro dominio económico. Discutiremos, con los bolsillos repletos, con los enemigos de Alemania.


Dostoievski escribió “El jugador” en la segunda mitad del siglo XIX. Shaw escribió “El escondrijo” cien años después. En la primera novela tenemos la historia de un joven mentor empleado por un general, describe la adicción al juego de la ruleta y contiene una pasional historia de amor, siendo ambas, al parecer, reflejo de sendas realidades en la vida del escritor ruso. En la segunda, en cambio, tenemos una claustrofóbica historia que se centra en dos aviadores ingleses que son derribados en una incursión aérea contra Alemania.


Así pues, mundos opuestos, con temáticas, personajes y estructuras diferentes. Y, sin embargo, con pequeños puntos de conexión, como esa visión descrita a través de sus personajes de cierta nación europea.


©J.L. Ordóñez (texto), febrero 2014


lunes, 10 de febrero de 2014

"La fantástica historia del vigilante y el prisionero", Premio de Novela 'Casa de Cultura Marta Portal'


Hace poco disfrutamos de un magnífico fin de semana en Asturias, gracias al premio "Casa de Cultura Marta Portal" concedido a mi novela “La fantástica historia del vigilante y el prisionero”. Allí sostuve por primera vez en mis manos el ejemplar impreso, editado con evidente cariño y profesionalidad, tuve ocasión de hablar del contenido y la temática de la obra, y firmar ejemplares a todos los que decidieron acercarse a la presentación en la Casa de Cultura, en una mañana que amaneció soleada pero rápidamente dejó paso a cielos grises y a esa lluvia tan característica del norte.
Diferentes medios de comunicación se hicieron eco del evento, como La Nueva España, la RTPA Radiotelevisión del Principado de Asturias (minuto 34), Biblioasturias o la propia web del Ayuntamiento de Nava.



Hacía catorce años que no pisaba Asturias, y ha tenido que llegar la buena gente de Nava, con su premio literario, para que regrese a la tierra de mis abuelos paternos, que vivieron en Avilés, lugar al que íbamos todos los veranos de visita: imposible olvidar los paseos por el centro histórico bajo esos soportales, el circuito para correr en el parque de Ferrera y las sesiones de cine en el “Marta y María”, que, precisamente, llevaba su nombre en homenaje al escritor asturiano Armando Palacio Valdés, enterrado en Avilés, y a cuya tumba fuimos un verano de mitad de los noventa en peregrinación, guiados por mi padre, que, habiendo adquirido alguna de sus obras editadas en Austral, deseaba mostrarnos la última morada de una figura hoy olvidada pero que llegó a ser propuesta para el premio Nobel en un par de ocasiones.

Volviendo a Nava y a su premio, hay que decir que hasta la rebelde y agresiva climatología de las últimas semanas pareció darnos una tregua para que tuviéramos una estancia agradable. Fue un placer conocer a los miembros del jurado, al alcalde, que presidió el evento, y al equipo que organizó el premio, presentes y ausentes, y, por supuesto, al público que respondió entusiasta a la presentación y se llevó ejemplares firmados. Espero que disfruten de su lectura. Y eso incluye a la propia Marta Portal, octogenaria escritora nacida en Nava, ganadora del Premio Planeta, a la que dediqué un ejemplar que, según me comentaron, se le haría llegar.


Tuvimos también ocasión de visitar la Biblioteca de la Casa de Cultura, bien provista de fondos, y lugar al que irán a reposar algunos ejemplares de “La fantástica historia del vigilante y el prisionero”, como bien nos indicó su máximo responsable. Por la tarde, cómo no, fue de obligada visita el Museo de la Sidra, una magnífica oportunidad para conocer más sobre esta sabrosa bebida, tan propia del lugar donde nos encontrábamos.


En definitiva, el viaje a Nava supuso la culminación a una obra literaria que comenzó a fraguarse en el grupo de novela que mantiene mi exigencia de páginas semanal y que, ahora, gracias al premio en este certamen de novela de terror y fantástica, llega al papel. Una gran experiencia.