Hay cierta mala leche
en esta película que, sin duda, me parece uno de sus atractivos, más allá de
méritos en el desarrollo de una historia que, en principio, podría haber dado
lugar a una survival movie más, y
viene expresada, por ejemplo, en demostrar al mundo que los chavales que montan
en bici —además de dedicarse a salvar extraterrestres buenos o salvar el mundo
de extraterrestres malos— también pueden ser unos auténticos hijos de puta. El
hecho de darle la vuelta a la tortilla a esa infancia y adolescencia elevada a
los altares del idealismo en las (maravillosas) películas de Spielberg, parece
aquí tomada como modelo para trazar su opuesto tenebroso, donde el líder ejerce
de manipulador carismático (¿qué líder no lo es?) hasta llegar a controlar a su
grupo de esbirros con una facilidad pasmosa para obligarlos después a cometer
las fechorías más cruentas.
Es imposible no empatizar con el personaje que
interpreta Michael Fassbender (previo a su despegue con los bastardos de Tarantino), cuando le vemos
sufrir la incómoda presencia del grupo de gamberros cuya máxima
prioridad es molestar, acosar y agredir a los que comparten vistas a ese lago Edén
que, sin embargo, tendrá más visos de convertirse en un infierno para los
protagonistas.
El desarrollo de la película mantiene un tono
siniestramente pesadillesco que alcanza su cenit en las secuencias finales, y
que son escalofriantemente verosímiles por la explicación antropológica que
aguarda al espectador, tan desoladora y real como la que podemos comprobar en
la vida diaria; de manera inteligente, la historia nos guía en general a través
de los ojos del personaje protagonista, interpretado por la sufrida Kelly
Reilly, salvo por esa escena final, magnífica, extrañamente memorable,
escalofriantemente metacinematográfica, que cierra en alto esta más que
interesante película de James Watkins, aquí mucho más certero y sugestivo en la
dirección que en la sobrevalorada (y alargada hasta el exceso) “La mujer de
negro”. Además, me gustaría destacar la banda sonora,
más enfocada hacia el dramatismo de la historia que al hecho de recalcar temas
propios del cine de terror, lo cual constituye sin duda una certera ironía que
complementa satisfactoriamente a ese título que hace referencia al idílico
paraje en el que Fassbender pretende pedirle matrimonio a Reilly. ¿Moraleja?
Mejor hacerlo en zona urbana, bien alejados de esos enjambres ciclistas de
adolescentes perturbados que escuchan música a volumen alto y tienen cierto
aprecio a las gafas de piloto.
©José Luis Ordóñez
(texto), abril 2012