viernes, 27 de abril de 2012

Eden Lake


Hay cierta mala leche en esta película que, sin duda, me parece uno de sus atractivos, más allá de méritos en el desarrollo de una historia que, en principio, podría haber dado lugar a una survival movie más, y viene expresada, por ejemplo, en demostrar al mundo que los chavales que montan en bici —además de dedicarse a salvar extraterrestres buenos o salvar el mundo de extraterrestres malos— también pueden ser unos auténticos hijos de puta. El hecho de darle la vuelta a la tortilla a esa infancia y adolescencia elevada a los altares del idealismo en las (maravillosas) películas de Spielberg, parece aquí tomada como modelo para trazar su opuesto tenebroso, donde el líder ejerce de manipulador carismático (¿qué líder no lo es?) hasta llegar a controlar a su grupo de esbirros con una facilidad pasmosa para obligarlos después a cometer las fechorías más cruentas.


   Es imposible no empatizar con el personaje que interpreta Michael Fassbender (previo a su despegue con los bastardos de Tarantino), cuando le vemos sufrir la incómoda presencia del grupo de gamberros cuya máxima prioridad es molestar, acosar y agredir a los que comparten vistas a ese lago Edén que, sin embargo, tendrá más visos de convertirse en un infierno para los protagonistas.



   El desarrollo de la película mantiene un tono siniestramente pesadillesco que alcanza su cenit en las secuencias finales, y que son escalofriantemente verosímiles por la explicación antropológica que aguarda al espectador, tan desoladora y real como la que podemos comprobar en la vida diaria; de manera inteligente, la historia nos guía en general a través de los ojos del personaje protagonista, interpretado por la sufrida Kelly Reilly, salvo por esa escena final, magnífica, extrañamente memorable, escalofriantemente metacinematográfica, que cierra en alto esta más que interesante película de James Watkins, aquí mucho más certero y sugestivo en la dirección que en la sobrevalorada (y alargada hasta el exceso) “La mujer de negro”. Además, me gustaría destacar la banda sonora, más enfocada hacia el dramatismo de la historia que al hecho de recalcar temas propios del cine de terror, lo cual constituye sin duda una certera ironía que complementa satisfactoriamente a ese título que hace referencia al idílico paraje en el que Fassbender pretende pedirle matrimonio a Reilly. ¿Moraleja? Mejor hacerlo en zona urbana, bien alejados de esos enjambres ciclistas de adolescentes perturbados que escuchan música a volumen alto y tienen cierto aprecio a las gafas de piloto.

©José Luis Ordóñez (texto), abril 2012



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