Whiplash es una película independiente escrita y dirigida por el talentoso y joven cineasta
norteamericano Damien Chazelle, en la que se aglutina el cine más brillante que
ha iluminado las salas durante el último año. Premiada en el prestigioso
Festival de Sundance, cuenta una historia de corte aparentemente sencillo,
donde el aprendizaje de la excelencia se convierte en objetivo, y cuya trama
gira alrededor de un estudiante de música, al que da vida Miles Teller de manera
convincente, y su violento y carismático profesor, formando así el núcleo de
una película que se vertebra formulando una sencilla cuestión: ¿vale todo para
alcanzar la meta que uno ansía, en este caso la perfección artística de un
joven batería? Según el mentor Terence Fletcher, interpretado por el ya oscarizado J.K. Simmons, sí. Siguiendo
su teoría, inspirada por un acontecimiento que involucra al mítico Charlie
Parker, las dos palabras que han provocado mayor daño en la historia son good job, buen trabajo en su traducción literal al español. Su personaje cree
que es necesario llevar al límite a la persona para que así pueda dar lo mejor
de sí mismo, sin importar que para ello tenga que recurrir a la violencia
física y psicológica, al insulto más doloroso o la humillación pública. Y todo
siempre en beneficio de extraer ese petróleo enriquecido, saturado de talento
que, sin los estímulos adecuados, podría quedar oculto y pasar desapercibido.
Rodada con una habilidad de artesano y una madurez insólita, el
director aplica un estilo visual adecuado para cada momento. Así, los cuidados
encuadres se ajustan al lenguaje narrativo con una precisión de experto
cineasta, y los movimientos de cámara se reservan para los momentos culminantes
de una película que, digámoslo ya, será probablemente lo mejor que se estrene
en nuestras pantallas durante dos mil quince.
Pero hablar de Whiplash es
hablar de su extraordinario final, casi sin palabras, esos veinte minutos que
cierran la película, estremecedores, emotivos, dolorosos y satisfactorios a
muchos niveles: en el ámbito de la historia es una conclusión coherente, al
tiempo que inesperada; en el de la dirección cinematográfica, absolutamente
ejemplar. Uno sale de la proyección imbuido de una energía desconocida, ésa que
sólo asoma cuando los grandes relatos
ocupan nuestra mente y después se dedican a habitar en ella durante los días
siguientes, semanas, meses. En ocasiones, durante toda la vida.
Quizá puede parecer exagerada esta loa a una obra de bajo presupuesto
que, posiblemente, muchos de ustedes aún no hayan visto, pero háganme caso: si
les gusta el cine, si aprecian el valor de una buena historia contada a través
de planos y secuencias, de ese pequeño milagro llamado cinematógrafo que una
vez provocó asombro y terror con la simple e inocente llegada de un tren
gracias a los hermanos Lumiere, ésta es su película.
Una que dignifica el arte cinematográfico.