viernes, 16 de septiembre de 2011

Cuando George Lucas se sintió Jack Bauer

Todos nos hemos sentido en alguna ocasión como el ya mítico y heroico Jack Bauer, personaje de ficción de la magnífica e irrepetible serie 24 —nacida en el arranque del siglo XXI en la ya comúnmente denominada “Edad de Oro de la Televisión” (formada por otras joyas como Los Soprano o A dos metros bajo tierra) con el eco del brutal atentado del once de septiembre ejerciendo como inevitable inspirador en la sombra—, rodeados de incomprensión y asumiendo nuestra presencia como el único bastión de coherencia en un mundo exudado de ella, devastado de racionalidad y sentido común, y percibiendo que nosotros somos los únicos capaces de conseguir su anhelada restauración, la regeneración de ese mundo ahora corrupto que gracias a nosotros encontrará y dará sentido a la palabra justicia.


      Puedo dibujar en mi mente a George Lucas a mitad de los setenta en su sala de proyección privada, esperando que sus invitados tomen asiento, pero manteniéndose él siempre de pie, al fondo, junto a la puerta de salida (un lugar  saludable especialmente cuando uno desconoce cómo se van a desenvolver los acontecimientos), silencioso, expectante, con una controlada inquietud que sin embargo se muestra rebelde y lucha por escapar de su cauce sereno, aguardando a que sus amigos y colegas cineastas vean un pase privado de esa pequeña película independiente en la que lleva trabajando cierto tiempo llamada “La guerra de las galaxias” (posteriormente conocida como “Star Wars. Episodio IV: Una nueva esperanza”).
      Bien, pues llega el momento: las luces se apagan gradualmente hasta que la oscuridad se apodera de la sala y comienza la proyección. George no tarda en escuchar los primeros murmullos, tal vez de sorpresa (no quiere pensar que, en ningún caso, puedan tratarse de comentarios despectivos que mancillen su trabajo), tal vez de admiración (en el fondo sabe que no, que, de todas formas, no se trata de un pase de loa, sino de crítica constructiva porque aún está trabajando en la construcción de su obra), y por eso se alegra de estar de pie; la tensión acumulada después del accidentado rodaje y la presión que supone hacer la película que ha querido, financiándola y siendo su máximo responsable, provoca que, en ocasiones, la duda se asome por su camino y le haga replantearse el sentido de hacer algo a contracorriente: ¿es ciencia ficción? Sí, pero no tiene nada que ver con 2001. ¿Es aventura? Sí, pero no tiene nada que ver con El hombre que pudo reinar. George sabe que, en realidad, lo que tiene entre manos no es nada nuevo, pero sí el concepto (como señalaba habitualmente Irvin Kershner cuando hablaba de su antiguo alumno: “George had vision!”), el reciclaje de varias corrientes, de varias historias, y darle un tratamiento que, en apariencia, debiera dar la sensación de ser algo nuevo, fresco, revolucionario, en cierto modo.
      Cuando las luces se encienden los comentarios son unánimes (por ahí pasan tipos como Francis o Marty, entre otros): “George, tienes mucho trabajo por delante. ¡Buena suerte!”… y eso hace que se sienta todavía más solo, aunque la soledad no le molesta, porque sabe que está preparado para ella. Después de todo, si consigue innovar con lo que se trae entre manos, será algo que sin duda, méritos cinematográficos aparte, le hará pasar a la historia (merchandising).


      Las cosas no mejoran demasiado cuando meses después, con la copia final en mano (ya con efectos especiales incluidos y la banda sonora), los ejecutivos de la Fox se quedan estremecidos al verla, sin saber muy bien qué hacer con la película, cómo venderla. “Esto no se puede estrenar”, le dicen. Pero George sigue en sus trece: tiene que estrenarse, tiene que hacerlo… Da igual que haya sufrido las risas del reparto durante el rodaje, las quejas del legendario actor británico Sir Alec Guinness o la incomprensión general de sus colegas del gremio. George, tal como dijo Kershner, ve.
      Y lo que ve es que esa película va a gustar. Así que finalmente, en un acto que a los ejecutivos les parece de excesiva generosidad para un producto que piensan errático de principio a fin, le conceden un estreno muy limitado. Muy pocas salas. Nueva York y L.A.
          George sonríe.
      Se acuerda del pase privado con sus amigos cineastas, correctos y educados, manifestando con sus generosas palabras las dudas que les transmitía una historia de robots que hablan, peluches andantes y  granjeros que se transforman en heroicos pilotos espaciales, y todo barnizado por una extraña y desconocida mitología que responde al nombre de la Fuerza.


GL: Bueno, ahora viene lo duro.
SS: ¿En serio?
GL: Sí. ¿No has visto sus caras?
SS: ¡No!
GL: No les ha gustado.
SS: ¡Les ha sorprendido! Pero cuando pase la sorpresa, quedará lo demás.
GL: ¿Qué?
SS: Ya lo has hecho.
GL: ¿De qué hablas?
SS: ¿Que de qué hablo? ¡George, la película es fantástica! ¡Va a ser un bombazo! Por cierto, ¿tienes alguien para la música? John hizo un trabajo fantástico en mi película…

      Lo que nos demuestra que, aunque héroes solitarios, todo Jack Bauer necesita en algún momento a su Chloe O’Brian, un sutil y sin embargo estimulante apoyo que, como un fugaz oasis en el desierto que con su visión nos arrastre hacia el flujo de esa mágica fuerza convocada por Lucas, siga alimentando el incesante devenir de los sueños persistentes que nos acompañan en la galaxia que nos ha tocado vivir.

GL: Gracias, Steve.
©José Luis Ordóñez (texto), septiembre 2011

2 comentarios:

  1. George tienes mucho trabajo por delante: Buena suerte.

    Palabras proféticas, sin duda.

    Recuerdo el impacto que me produjo ver La guerra de las galaxias por primera vez. No fue en el cine, era pequeña entonces y mis padres consideraron que debía ser para mayores, por tratarse de bichos, robots, extraterrestres y algo del espacio, según me contaron años más tarde. Lástima no poder contar que la vi en el cine, el día de su estreno, pero sí llegué a visionaria poco tiempo después, seguía siendo niña. El impacto aún permanece. Sin duda, una joya del cine. He visto todas las entregas, pero aunque El imperio contraataca es la favorita de muchos, para mí la primera siempre será la primera, aunque ahora sea la cuarta.

    Que la fuerza te acompañe.

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  2. Es un impacto generalizado el de la primera trilogía. Fantástica.

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