jueves, 9 de abril de 2020

Póker de CINE (4)


Imposible verla hoy con los ojos tranquilos de su estreno, cuando todos parecíamos a salvo de algo así, pero "Contagio" sigue siendo sólida, fría, coral y despiadada, con dos elementos que unen sus historias y fotogramas: el propio virus, más letal que el que ahora ha cambiado nuestras vidas, y la música conductora de Cliff Martínez, tan eléctrica y martilleante como hipnótica y adictiva (inevitable pensar en su trabajo para la excelente serie "The Knick", también de Steven Soderbergh). Y sí, como no podía ser de otra manera, sobrecogen los paralelismos con todo lo que sucede ahora. Si aún no la han visto, la tienen en HBO. Curioso lo que escuché el otro día a J.A. Bayona en televisión, donde comentaba que, al parecer, se ha cambiado el género de la película en IMDB: de ciencia-ficción ha pasado a drama. Lógico.


Que "Domino" (Dinamarca, 2019) es una película fallida y con diversos problemas es algo que el propio director, Brian De Palma, ha deslizado por ahí en alguna entrevista, resultado, tal vez, de los aireados problemas de producción (que, por cierto, trajeron su rodaje a Andalucía). Pero no vamos a hablar de eso aquí, sino de esa escena, ESE plano, que, de repente, te recuerda que hay un tipo ahí fuera (De Palma) con un enorme talento visual y que hace años fue desterrado por Hollywood. En un momento dado de este thriller (donde, por cierto, Guy Pearce parece disfrutar en cada escena), su protagonista abandona el dormitorio y deja a su novia en la cama. Todo es un único plano picado que parte de plano general, donde observamos el tira y afloja de la pareja (él tiene que ir a trabajar, y ella quiere que él se quede), en una escena que parece intrascendente; sin embargo, un zoom lento (creo recordar) nos aproxima a la escena, la chica queda fuera de campo y nuestro protagonista, un agente de la ley, también termina haciéndolo. El plano se va cerrando poco a poco hasta que, finalmente, se queda en el detalle de la pistola que Nikolaj Coster-Valdau (el Jaime Lannister de "Juego de Tronos") olvida. Aquí tenemos, pues, a un director jugando con el espectador y diciéndole: "Prepárate, que si te muestro esto no es por capricho, sino porque va a tener una función fundamental en la trama". Al final de la película hay otra secuencia en una plaza de toros de Almería donde De Palma crea (o, más bien, quiere crear) una de sus grandes set-pieces; por momentos, lo logra, pero uno tiene la inevitable sensación de que la falta de presupuesto se nota e impide que encuentre la grandeza que, sin duda, apunta en varios momentos. Película curiosa con reparto internacional (y muy de "Juego de Tronos"; además del ya apuntado Coster-Valdau, está Carice Van Houten), fotografía de José Luis Alcaide y música de Pino Donaggio. Solo por los momentos comentados, merece la pena.


Hay películas que, desde su primer plano, sugieren que vamos a presenciar una buena obra de ficción. Es el caso de "Ha llegado un inspector" (1954, UK), en la que tenemos un inicio con plano fijo de una mesa y sus cinco integrantes, sin que veamos sus rostros. Parecería como si, de esta manera, se dispusieran las piezas de un juego de mesa... piezas que, por supuesto, aún no conocemos (y ya deseamos conocer). Hay muchas cosas destacables en esta película en glorioso blanco y negro: el guion de Desmond Davis (décadas después director de la ochentera "Furia de titanes") sobre la obra de teatro del dramaturgo y novelista J.B. Priestley; la sólida dirección de Guy Hamilton (que terminaría dirigiendo varias entregas de la saga del mítico James Bond), con una planificación que aprovecha el espacio reducido en el que se desarrolla la mayor parte de la trama; o, claro, el protagonismo de ese inspector que llega al que da vida de manera brillante Alastair Sim (su irrupción en escena, por ejemplo, es tan brusca como sorprendente e inolvidable). Planteado como un "whodunit", el largometraje bucea después en aspectos más ambiciosos: las consecuencias de nuestros actos en las vidas de los demás, por muy leves o intrascendentes que nos parezcan, la escasa capacidad de aprendizaje del ser humano o su dificultad para empatizar con situaciones completamente diferentes a las que cada uno vive. El estreno de la obra de teatro original en suelo inglés fue en 1946, y contó en su reparto con Ralph Richardson, como ese inspector que llega, y Alec Guinness en el papel de Eric, el hijo de la familia que esconde algo en su pasado de vital importante para la trama. Una de las múltiples versiones montadas en España fue la emitida por Estudio 1 (TVE) en 1973, y en cuyo plantel se encontraba Narciso Ibáñez Menta.


Menuda exhibición actoral hace Richard Attenborough en "El estrangulador de Rillington Place" (UK, 1971): desde el mismo comienzo, con esos ojos grandes y azulados que se vislumbran tras la ventana de su casa, y hasta su conclusión (con un espeluznante plano en el que se congela su rostro en primerísimo término), uno pensaría que, ante tal portento, el resto del reparto quedaría ensombrecido. Pero, ah, entonces aparece un joven John Hurt que borda un personaje analfabeto, de pocas luces y fácilmente manipulable. Y dejándolos moverse y respirar, el director Richard Fleischer cambia el registro más tradicional y festivo de otras obras, y aquí se pone serio, realista, para convertirse en un gélido y distante observador de los macabros hechos que se suceden, con un planificación que potencia ese "Basado en hechos reales" con el que abre el largometraje. Menuda pieza para arrancar la década de los 70, tan despiadada como realista, tan brillante en su planificación como angustiosa en su desarrollo. Estupenda.




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