jueves, 5 de marzo de 2020

Póker de CINE


La versión de 1952 de "El prisionero de Zenda" sigue siendo una delicia: el tono elegante de humor y aventura, colorido, el juego maravilloso del doble, la misión imposible que encomiendan al bueno de Stewart Granger, un turista que de repente se ve en una situación imposible, la frialdad y aristocracia de Deborah Kerr y la fantástica dirección de Richard Thorpe que, como todos sabemos, y a poco que uno repase su filmografía, era de todo menos lo que de forma malévola parece sugerir en castellano su apellido. Eso sí, lo que me gana de esta película, hoy y cuando la vi por primera vez hace treinta años, es el extraordinario villano que compone el gran James Mason, que, con pocos minutos de presencia en el metraje, es capaz de robar escenas sin despeinarse, mirar como nadie, soltar diálogos con maestría y empuñar la espada con endiablada habilidad. Y, sorpresa, escapa vivo. Hoy habrían hecho una secuela de su personaje, tal vez un spin-off, quizá una serie de televisión. Como la rodaron a mitad del siglo pasado, eso nunca sucedió. Pero sí podemos jugar a imaginar qué nuevas villanías tendría por delante Mr. Mason. Seguro que muy, muy divertidas.


Aquí titulada "El fotógrafo del pánico" (esa inventiva tan española a la hora de traducir...), "Peeping Tom" es una película adelantada a su tiempo que nos pone en las suelas de un psicópata dentro del mundo del cine y no da respiro: tan incómoda como brillante, y con deliciosos momento de humor (Psiquiatra: ¿Y a qué se dedica usted? / Tom: Soy foquista / Psiquiatra: Como yo... ). El color, el uso del punto de vista y los traumas heredados dejan huella en el espectador y en cineastas posteriores.


Curiosa e interesante película de suspense de Arthur Penn estrenada en los 80s, con Mary Steenburgen de protagonista absoluta; eso sí, una vez vista, da la sensación de que el actor que mejor se lo pasó en el rodaje fue Roddy McDowall.


En 1959 el director de cine John Ford estrenó una película en la que un ferroviario (John Wayne) y un matasanos (William Holden), ahora miembros del ejército de la Unión -el primero como coronel y el segundo como médico-, se ven forzados a trabajar juntos en una misión a pesar de representar posiciones antagónicas. Como muchas películas de Ford, la temática se mueve entre el honor, la lealtad, la amistad y las misiones encomendadas (misiones que, a menudo, tienen menos peso que la fuerza de sus personajes). Hay momentos para el humor, el drama, la épica... incluso para un final maravilloso que uno casi hubiera deseado que continuara (pero no, no hace falta, porque es perfecto tal y como es, aunque hoy se antoja que sería imposible, porque nos hubieran llevado a un acto final con más batallas y batallas). Que Holden y Wayne borden sus papeles no es ningún descubrimiento; que el personaje (una sureña, opuesta por tanto también a Wayen y Holden) que interpreta de manera luminosa Constance Towers amplíe y diversifique de manera brillante la temática y la trama, tampoco; sorprende, eso sí, que la película fuera un fracaso en taquilla y no entusiasmara a la crítica porque "Misión de audaces" (en un nuevo alarde creativo de nuestros distribuidores, ese fue el título en español del original "The horse soldiers") es tan brillante como aparentemente sencilla, donde la rivalidad entre un antiguo ferroviario y un matasanos desemboca en un apasionante wéstern enmarcado en la Guerra de Secesión.



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