martes, 24 de marzo de 2020

Póker de CINE (2)


Si uno empieza a ver "El silencio de los corderos" está condenado a terminarla. Da igual que la hayas visto antes treinta veces porque, al final, como sucede con el buen cine y los buenos libros, uno se olvida de la técnica, del artificio, y queda sumergido en la historia. En las buenas historias. Como debe ser. Hay muchas cosas que destacar en este largo de Jonathan Demme: la dirección (esos subjetivos, esos trayectos al encuentro de Lecter...), el guion (cómo dosifica la presencia de los villanos, cómo estructura toda la historia... y cómo nos engaña), la banda sonora (Howard Shore nos agarra del pescuezo desde los créditos iniciales y no nos suelta hasta el final) y los actores (qué decir de Foster, Hopkins, Glenn, Levine...). No todo el mundo recuerdo los cameos: Chris Isaak y Roger Corman en papeles brevísimos pero con frases. Y ese final: "I'm having an old friend for dinner". Maravilloso Lecter en la última conversación telefónica, con el sombrero blanco y el paseo que le conducirá, sin duda, a un sabroso encuentro. Extraordinaria.


La primera época de John Landis es magnífica. Ahí encontramos, por ejemplo, la estupenda "Cuando llega la noche" (1985), con un Jeff Goldblum que parece nacido para interpretar a ese insomne infeliz en su matrimonio que, ojo, salva la vida a una deslumbrante Michelle Pfeiffer, perseguida por cuatro tipos con ganas de matarla (entre ellos, el propio Landis). Multitud de actores conocidos en papeles breves (Dan Aykroyd, Richard Farnsworth, Vera Miles, Irene Papas...), y cameos insólitos, como los de los guionistas Lawrence Kasdan ("En busca del arca perdida") o Carl Gottlieb ("Tiburón") y los directores Roger Vadim o David Cronenberg, entre otros. Comedia de corte clásico, con acción y sangre desprejuiciada, que te deja con buen sabor de boca y te lleva a querer recuperar otros clásicos de Landis de la época, como "Desmadre a la americana", "The Blues Brothers" o "Un hombre lobo americano en Londres". 


Es un wéstern donde en lugar de diligencias y caballos hay vehículos a motor, es cine negro en color donde las réplicas y contrarréplicas buscan el ingenio en medio del artificio, es una película de capa y espada donde predominan las chupas de cuero y las navajas, es un musical con canciones que funcionan como secuencias de conciertos, es una película de 1984 con Willem Dafoe, Diane Lane y Michael Paré. Walter Hill, su director y co-guionista, es honesto y desde el comienzo ya planta lo que vamos a presenciar: un espectáculo cool, de rock (no solo musicalmente hablando) y violencia llameante, de princesas secuestradas y héroes solitarios, de barman punk (inolvidable Bill Paxton) y heroínas inmensas (Amy Madigan, que se llevó el premio a mejor actriz en el Sitges de aquel año) y alguna sorprendente aparición, como la de Ed Begley Jr. ¿En definitiva? "Calles de fuego" es una película única, ajena a todo lo demás, con una personalidad arrolladora y unos fotogramas que te arrastran a una deliciosa fábula rockera, tal y como rezaba el propio slogan, lo que constituye, sin duda, una de las grandes películas de Walter Hill.


Película en blanco y negro, con inevitable encanto y un cierto aire beatlemaníaco en la banda sonora que delata su fecha de producción, en el arranque de la década de los 60, "El tren de las 4:50", dirigida por George Pollock sobre la novela de Agatha Christie, se ve con agrado: uno asiste con placidez al crimen (desde un tren hacia otro tren), el plan que idea y ejecuta Miss Marple, el desfile de sospechosos y el desenmascaramiento final del culpable. Mi mayor problema con este largometraje quizá resida en que, cada vez que veo a la protagonista, una estupenda Margaret Rutherford, no puedo evitar el pensamiento de que, en realidad, no es ella, sino el camaleónico Alec Guinness disfrazado de mujer, en un nuevo y arriesgado tour de force.




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