Como bien se anuncia desde la
propia sinopsis de la obra, La primavera
de Lola es la historia de una despedida, del adiós de una mujer al hombre
que ha formado parte de su hogar durante los últimos años, y que escapa así a
una penumbra tóxica de violencia y perdón. En ese sentido, es una obra de
despedida, sí, pero también de bienvenida a lo que vendrá después, a lo que
queda fuera de la obra pero dentro de la imaginación de cada espectador. Es
también, por supuesto, una bienvenida a un teatro potente, arriesgado, por
cuanto no es complaciente con el espectador, sino que bucea en la oscuridad del
alma humana. No tenemos aquí una obra de humor ligero sino, por el contrario,
un drama desgarrador, con pocas concesiones, donde, precisamente por ello, los
escasos momentos cómicos funcionan a la perfección. Con una escenografía de
elementos cotidianos que potencian un discurso de metáforas visuales
atractivas, algunas de ellas muy conseguidas, La primavera de Lola navega en el terreno del drama, de lo
literario, de lo poético y consigue lo que debería conseguir cualquier pieza
una vez cae el telón: debate, discusión, reflexión. Enhorabuena a todo el
equipo de este montaje teatral, a su directora, Verónica Rodríguez, y a la
actriz sobre la que recae todo el peso interpretativo de la función, una Eva
Gallego que se mimetiza bajo esa Lola que nos dice adiós a través de los recuerdos
que florecen sobre el escenario. Y aún tiene tiempo de verla: estará presente
en el Teatro Duque – La imperdible hasta el próximo 27 de septiembre.
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