Hoy
arranca la edición número 45 del Festival Internacional de Cinema de Catalunya:
SITGES 2012, y estamos seguros de que, nuevamente, vendrá cargada de magníficas
películas de género. Este año, además, tendré ocasión de presentar allí “Lo
macabro del amor”, la novela de terror que he publicado este año, y lo haré
acompañado por el escritor Juan de Dios Garduño, autor de la magnífica “Y pese
a todo…”, una obra que descubrí hace algo más de un año y que recomiendo
fervientemente. La cita será el próximo jueves, 11 de octubre, a las 19.00
horas, dentro del Espacio FNAC (frente al Auditori).
Y
es por ello que me ha parecido buena idea traer aquí un extenso fragmento del
prólogo que Juan Varo Zafra escribió la para la segunda edición de “Lo macabro
del amor”, donde describe con precisión muchos aspectos del libro que, sin
duda, serán interesantes para aquellos que ya lo hayan leído, pero también para
los que aún no hayan tenido ocasión de hacerlo, con la seguridad de estas palabras
que vienen a continuación despertarán su curiosidad y harán que, en el futuro,
decidan adentrarse en las páginas que llevan a Castell de Ferro, ese pueblo de
la costa de Granada donde seremos testigos de la génesis de un nuevo fin del
mundo (temática, por cierto, de la presente edición del Festival).
(del prólogo de Juan Varo Zafra)
(…) Ahora aparece en Ediciones Hades la novela Lo macabro del
amor. Y la primera cuestión que interesa comentar es, precisamente, el
género de la obra. En principio, podría considerarse una recopilación de tres
relatos o, incluso, de una novela breve y dos cuentos de desigual extensión:
“Medusas”, en una sección titulado “Lo macabro”; “El color del mar no era
azul”, en otra parte titulada “Del amor”; y “El último hombre vivo en Sevilla”
que cierra el volumen a modo de epílogo. No obstante, Ordóñez advierte de la
vinculación de los dos primeros textos, afirmando que se trata de “partes” de
un todo, y no, como pudiera parecer, de narraciones independientes. Así, dice,
constituyen “un ‘binomio contradictorio pero (…) enriquecedor y satisfactorio
para el lector”.
En efecto, a simple vista, ambos episodios comparten uno de los
personajes, así como algunos elementos temáticos y paisajísticos. Pero el
conjunto que forman los relatos de Lo macabro del amor ofrece también,
como el propio autor sugiere, una consonancia más amplia que la revelada por
estas concurrencias anteriormente anotadas. El título de la obra, formado por
la unión de los dos sintagmas que dan nombre a las dos partes, Lo macabro
del amor, apunta a la verdadera unidad del libro: la reflexión sobre el
amor entendido como locura, desesperación y dolor que aboca al crimen de forma
inapelable. De este modo, puede decirse que “Lo macabro: Medusas” es sustancialmente
distinto que “Medusas”, relato, o más bien novela breve, original e
independiente que obtuvo un accésit en el XIV Certamen Literario Universidad de
Sevilla; del mismo modo que “Del amor: El color del mar no era azul” es también
un texto de sentido diferente que “El color del mar no era azul”. Aunque
también, por supuesto, es posible señalar algunas diferencias formales entre
ambos episodios. La decisión de fundir en una obra unitaria dos relatos en
origen independientes ya ha sido ensayada anteriormente en diversas ocasiones:
recordemos el caso, por ejemplo, de William Faulkner, quien en 1939 publica Las
palmeras salvajes, novela en la que alterna dos tramas bien distintas, que,
sin embargo, al yuxtaponerse crean misteriosas afinidades y correspondencias en
la recepción lectora.
En mi opinión, “Lo macabro: Medusas” es una obra más pensada
para el espectador que para el lector. Sus secciones parecen corresponder más a
una estructura en secuencias que en capítulos. Del mismo modo, sus fuentes
están más en el cine que en la literatura. El autor combina con pericia
materiales procedentes de diversos subgéneros del Fantástico y los acrisola en
un relato febril, morboso y crispado que sorprende por la vivacidad de los diálogos,
la creación de diversas tramas que poco a poco van fundiéndose en una sola, la
recreación del paisaje costero granadino y, sobre todo, el desparpajo en la
creación de una realidad textual que sabe prescindir de la retórica de la
verosimilitud para presentar un universo distinto, regido por las leyes
implacables de la crueldad y la fortuna ciega. El primer capítulo de “Medusas”
y la abrupta resolución de las distintas líneas narrativas remiten al slasher de los años ochenta. Algunos
pasajes del tramo final incurren en el gore tortuoso de films como Saw o
Hostel. Hay, además, referencias a Los pájaros de Alfred
Hitchcock y una divertida broma sobre Michael Haneke, el director de películas
como La pianista, La cinta blanca y Funny games, esta
última más próxima al clima de la novela. Incluso el autor ironiza
posmodernamente sobre esta dimensión cinematográfica de su obra cuando hace
decir a uno de los personajes “Si esto fuera una película con dinero…”, en una
reflexión metaliteraria en la que concluye: “La creación es la trama”.
Pero quizá lo que más interesante me resulta de “Medusas” es su
carácter solar, casi panteísta, y su medida mezcla de lo fantástico con lo
erótico. En efecto, Ordóñez construye un espacio meridiano, de calor asfixiante
y pasiones desencajadas que contribuyen a presentar un extraño thriller
fantástico en el que conviven el asesinato, la investigación detectivesca, la
denuncia ecológica, y el mito clásico en la aparición de una particular sirena
depredadora. Y todo ello en un universo de pasiones desatadas: los celos, la
melancolía, la envidia, el remordimiento, la codicia, que constituyen una
suerte de alegoría negra sobre la condición humana y su destino. Hay pasajes
extraordinarios, como el capítulo XVI, que podría funcionar como un relato
autónomo potenciando esa capacidad de sugerencia que resulta esencial en el
género. El lector está invitado a hacer la prueba: comenzar a leer la novela
por este capítulo y, concluido, seguir el orden dispuesto por el autor.
“Del amor: El color del mar no era azul”, segunda parte de la
novela, obedece, sin embargo, a un planteamiento más ortodoxamente literario.
Si en “Medusas” el espacio se fragmentaba para dar lugar a las distintas tramas
del relato; en “El color del mar no era azul”, el autor fragmenta el tiempo, y
se apoya en la solidez de los diálogos para elaborar una historia de amor y
degradación, o, mejor dicho, de degradación amorosa, que comparte con la
primera parte la sordidez, el pesimismo sobre la condición humana y, en
particular, las relaciones amorosas, así como la violencia y el sadismo, si
bien de forma más contenida. Ordóñez narra la historia de una pareja desde el
recuerdo del protagonista, Jacobo Lausberg, en dos momentos: la presumible
vejez, y una misteriosa presencia en una playa, en un impreciso momento de su
vida, cuando su amor ya se ha roto para siempre. En torno a estos dos ejes,
vemos circular la atormentada historia de Jacobo y Ariadna: su enamoramiento,
felicidad, crisis, ruptura, y, finalmente, la degradación personal, el
descubrimiento de un horror indescriptible y, sobre todo, incomprensible. Se
trata de un excelente relato, poseedor de una atmósfera malsana, por momentos
irrespirable, que sabe conjugar sabiamente lo que se dice con lo que se
insinúa; y con lo que, sobre todo, se deja en el aire, provocando la
incertidumbre del lector, que no encuentra, en ningún momento, un terreno firme
en el que sostenerse. Al final, Ariadna —y volvemos del nuevo al mito— es la
mujer, el minotauro y el laberinto sin salida del protagonista. Ella es, desde
luego, el personaje más complejo y cautivador de la novela: lo poco que se sabe
de Ariadna desconcierta y aviva el deseo de saber más, de intentar comprender.
Sabiamente, el autor nos escamotea las explicaciones, evitando la tentación de
contar demasiado, tan peligrosa en el género. Porque “Del amor: El color del
mar no era azul” pertenece a otra modalidad del fantástico: la que atiende al
misterio irresoluble de los comportamientos humanos, a lo siniestro que se
revela en las personas próximas, y, también, a los mecanismos del olvido
(Jacobo va a la playa a enterrar un recuerdo) y del desamor. Se trata,
verdaderamente, de un relato extraordinario.
El epílogo es un homenaje a Richard Matheson y a su novela más
conocida, Soy leyenda, llevada al cine en varias ocasiones, e
inspiradora del cine de zombies de tanto auge en la actualidad. El título del
relato se debe, posiblemente, al título español de Omega man, dirigida
por Boris Sagal, e interpretada por Charlton Heston en 1971; aunque también
hubo una versión previa, italiana, con Vincent Price y mismo título, L’ultimo uomo della Terra, dirigida por
Ubaldo Ragona y Sydney Salkow en 1964. La narración parece ajena a la propuesta
en las dos partes precedentes. Pero, en todo caso, es fácil entrever que es
éste el futuro que les aguarda a los protagonistas de estos relatos. El tiempo
entre medias no importa, en una atrevida elipsis que debe aportar el lector
para ver, también, la última vuelta de tuerca de esta historia en su
exploración de los límites del amor y el dolor.
Juan Varo Zafra
Universidad de Granada
Si no fuera porque el terror me da pesadillas leería cada una de las recomendaciones que haces, pero de momento leeré solamente Lo macabro del amor, que me fío del autor.
ResponderEliminarabrazos
Je,je... confieso que es macabrillo pero, en el fondo, tiene su toque romántico.
ResponderEliminarUn abrazo, Loli!
J.
Me encanta el género fantástico!!! Cualquier recomendación será apreciada... Gracias
ResponderEliminarAcabo de escribir un post sobre algunas de las pelìculas del festival.
ResponderEliminarSaludos.