Ha
querido el destino (y las fuerzas que dominan esa entelequia de la
Distribución) que se estrenen de manera simultánea dos películas muy diferentes unidas por provocar una misma sensación, que, siendo
subjetiva por cuanto a diferentes personas es inducida por diferentes medios (conviene
señalar al respecto que, no obstante, últimamente lo que provoca más inquietud
y zozobra es ver el telediario o escuchar las noticias en la radio), sigue
siendo la que nos guía en nuestro aprendizaje desde la infancia.
Hablamos,
por supuesto, del miedo.
“Martha
Marcy May Marlene” (USA, 2011 / Sean Durkin) es una película independiente que
bucea en el funcionamiento cotidiano de una secta cuyo líder (impresionante
John Hawkes) mantiene férreas convicciones acerca de cómo debe ser el
microcosmos en el que viven: conviviendo en una granja, labrando la tierra,
potenciando el amor libre y desconectándose de todo aquello que no entienda ese
particular modo de vida del que él es el sumo creador. Manteniendo siempre el
convincente punto de vista de la protagonista (excelente Elizabeth Olsen),
acompañamos al personaje principal en su huida y posteriores miedos, al tiempo
que completamos la información con sabrosos flashbacks que nos expanden el
conocimiento de sus experiencias. Con un ritmo sosegado y final ambiguo, la
película, además, nos regala el momento de terror al que aludíamos al inicio,
cuando el líder de la secta y varios acólitos irrumpen en el hogar de la
familia de una de las chicas acogidas, donde se establece un inquietante diálogo con el dueño de la casa,
sorprendido ante la presencia de extraños, en una escena que recuerda en cierto
modo a “Funny Games”, y cuyo desenlace agita la tranquilidad interior y permanece en la retina.
“La
maldición de Rookford” (UK, 2011 / Nick Murphy) obedece a criterios muy
diferentes en su construcción: deudora del terror más clásico, aquí encontramos
la (más o menos) típica historia de fantasmas dentro de una gran mansión (en la
línea marcada desde finales del diecinueve en el ámbito literario por Henry
James con “Otra vuelta de tuerca”), donde detectamos elementos comunes que ya
forman parte de nuestro imaginario. Aun así, la historia está bien llevada,
genera interés y sorprende (y desconcierta) en su tramo final. Rebecca Hall
aporta la naturalidad necesaria para alguien que permanece casi todo el tiempo
en pantalla, y nos conduce al momento más escalofriante de la película: ella,
una descreída del mundo de los fantasmas, llega a la mansión para comprobar si
realmente existe ese espíritu que los niños que allí reciben clase a diario
dicen haber visto, y que, por tanto, no es otro de los timos y engaños que está
acostumbrada a desenmascarar, y es en una breve escena, en la que contempla una
mansión en miniatura que representa diferentes momentos de la realidad
reciente, cuando la sabia planificación es capaz de hacernos botar del asiento
sin necesidad de efectos de sonido estridentes, montajes caóticos o efectos de
maquillaje extremos, demostrando que el miedo, al menos en pantalla, es la
consecuencia lógica de la inteligente sucesión de unos planos bien
administrados.
Independiente
o clásico, el terror sigue vivo en nuestras pantallas.
©José
Luis Ordóñez (texto), mayo 2012
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