martes, 8 de marzo de 2022

MUERTE EN EL NILO (2022, Kenneth Branagh)


 
(para leer una vez vista la película)

“Muerte en el Nilo”, que por fin se ha estrenado en este 2022 tras varios retrasos provocados por la pandemia, comienza de manera sorprendente: en una secuencia en riguroso blanco y negro nos metemos de lleno en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y, por un momento, recordamos, claro, la obra maestra de Stanley Kubrick “Senderos de gloria”; pero es solo por un breves espacio de tiempo, porque aquí no estamos en un drama bélico, sino en un lujoso whodunit que, de nuevo, dirige Kenneth Branagh, también protagonista dando vida al detective belga Hércules Poirot, y escribe Michael Green sobre la novela de Agatha Christie. Pero, más allá de la trama criminal con sospechosos en un lugar reducido, en este caso el barco que surca esas aguas del Nilo que parecen estar condenadas a vivir entre maravillosos amaneceres y deliciosas puestas de sol, el guion de Green se decide a ir algo más allá y explora el pasado de este detective; pasado que, en cierto modo, queda representado por los orígenes del voluminoso y llamativo bigote que ya captó nuestra atención en la anterior adaptación de Branagh, “Asesinato en el Orient Express”.

            En este tipo de películas, es habitual contar con un reparto de excepción, rostros conocidos de sobra por el espectador que, así, satisface su deseo de entrar aún más en el juego que nos proponen la autora de la novela original (Christie), el guionista (Green) y el director (Branagh). Así, contamos con la mismísima Wonder Woman, Gail Gadot, aquí en labores más prosaicas, rostros televisivos de series de éxito como Emma Mackey (“Sex education”) o Rose Leslie (“Juego de tronos”), la gran Annette Bening, el excéntrico Russell Brand y la estrella caída en desgracia (a lo Kevin Spacey, podríamos señalar), Armie Hammer, en el que, probablemente, será su último rol de peso en una gran producción de Hollywood. Una vez vista la película se entiende la absoluta imposibilidad de hacer lo que Ridley Scott hizo con Spacey en “Todo el dinero del mundo” (donde, recordemos, eliminó todas sus escenas y las volvió a rodar con Christopher Plummer), ya que para eso se tendría que haber rodado de nuevo toda la película.

            Esta “Muerte en el Nilo” tiene un cierto tono de irrealidad que, para empezar, se desprende de su propia estética, plagada de paisajes recreados por CGI donde, la mayoría de las veces, uno tiene la sensación de que los propios actores no han salido demasiado del estudio. Es, salvando las distancias, como una película de estudio de los años 30 y 40: sabemos que, ya transcurra en África o en la Luna, el rodaje no cruzará las puertas de los estudios de rodaje. Esto le da, como señalaba, un tono irreal, pero, ¿acaso no lo es el mismo propósito del whodunit? Es como si, en cierto modo, nos recordara que estamos ante un hermoso (y digital) tablero de juego, las fichas están sobre él (los personajes) y el enigma ante nuestros ojos, para ofrecer el divertimento adecuado.

            Eficaz y solvente, todo hay que decir. La dirección de Branagh procura buscar justificados planos secuencia (igual que ya hacía en “Asesinato en el Orient Express), ángulos expresivos, cierta vivacidad y dinamismo y, en ocasiones, espectacularidad exagerada con espíritu teatral. Todo bien, señalaríamos, en este juego artificioso donde el mal se esconde tras rostros familiares.

                Pero la fuerza de la película no reside ahí.

            El joven Poirot queda con el rostro parcialmente desfigurado en la Primera Guerra Mundial. Temeroso por su aspecto físico, cuando su joven prometida lo visita en el hospital, él pretende liberarla del compromiso de matrimonio entre ambos previamente adquirido, y para convencerla de ello le muestra las cicatrices que tiene sobre el labio y el rostro. Ella, impactada al principio, le responde, simplemente, que no se importa: “te dejarás bigote”, dice.

            Y ahí tenemos el origen del voluminoso bigote de Poirot, sugerido por su interés romántico cuando era joven, y con el que se terminará convirtiendo en una eminencia en el universo de los detectives. Ya en la trama principal de la película, que tiene lugar mucho tiempo más tarde sobre las aguas del Nilo, descubrimos que Poirot perdería poco después a esa mujer en un terrible accidente. Pero el bigote del detective permanece, así como su pasión y absoluta dedicación a la resolución de los crímenes, sin que jamás se haya atrevido desde entonces a abrir la puerta al amor. 

            No obstante, lo cierto es que a bordo del barco vemos cierta conexión entre Poirot y una de sus pasajeras, una cantante de voz majestuosa, aunque nuestro detective belga nunca se atreve a dar el paso, ni siquiera cuando el caso finaliza. Tiempo después, ya de vuelta en el continente europeo, vemos a esta misma pasajera sobre el escenario de un garito, acompañada de un grupo, interpretando un tema musical. Alguien está sentado contemplando el espectáculo, de espaldas a la cámara. Intuimos que se trata de Poirot. ¿Acaso está dispuesto a superar las barreras invisibles y, por fin, declararse y abrirse al amor? ¿Nos espera, acaso, una romántica escena donde nuestro detective utilice las palabras no para resolver un crimen sino para seducir a esta mujer? 

               Pues no, no hay palabras.

            En este mismo plano secuencia, Poirot se gira levemente y descubrimos que se ha afeitado el bigote y ya no tiene miedo a que se vean sus cicatrices (ni a escuchar a su corazón); y, lo que es más interesante, a pesar de haber solucionado un caso donde el amor ha ofrecido su visión más perturbadora y criminal (la pareja de amantes que trama el asesinato de la esposa de él), provocando la muerte de varias personas, el personaje al que da vida Branagh está dispuesto a arriesgarse, a enfrentarse a un nuevo futuro, a ese amor que puede ser tan perturbador y criminal como romántico y luminoso, sugiriendo así un futuro que se abre a diferentes posibilidades, quizá exento de casos criminales pero, tal vez, igual de apasionante.

              Cine.

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