Hay películas que desde el primer
plano, desde la primera secuencia, sabes que van a estar bien. ¿Por qué? A
veces es la planificación, en otras ocasiones son los actores, a menudo el ritmo,
sosegado o frenético, que hipnotiza al espectador desde el principio. Pero
siempre es por la verdad, en definitiva, que desprenden sus imágenes. Es el
caso de “Bone Tomahawk”, un western extraordinario donde se respira cine en sus
secuencias. Por ejemplo, desde el cariño con que se han escrito sus personajes:
realmente magnífico y entrañable Richard Jenkins; viviendo una segunda juventud
heroica Kurt Russell; el mejor papel en pantalla grande para Matthew Fox; y un
Patrick Wilson que nos transmite su dolor a cada (maltrecho) paso que da. Hay
imágenes que aquí que perduran: ellos cuatro cabalgando a través del campo hacia
un destino tenebroso; el personaje de Matthew Fox manteniendo la atípica elegancia de
su vestimenta en el desolado pueblo de Bright Hope; todas las miradas entre
Russell y Jenkins y, sobre todo, el final épico. Sin revelar mucho, decir que
tan solo unos disparos en la lejanía y una piedra que cae componen en imágenes
cine de alta graduación. En resumen, se enfrentan ustedes a un western
magistral, sobrio, que avanza en su trama con paso firme y despiadado y ofrece,
sorprendentemente, lúcidas pinceladas de un humor inspirado que alivia la
tensión de la historia. Es, sin duda, la mejor película que se ha estrenado (de
manera simbólica, eso sí) en salas en lo que llevamos de 2016. Ahora, gracias
al proyecto seff365, una iniciativa que parte del Festival de Cine Europeo de
Sevilla, se ha podido ver en pantalla grande en el Teatro Alameda de la capital
andaluza. He dicho en pantalla grande, sí. En el CINE. El único lugar donde
apreciar en su totalidad la gloriosa película de S. Craig Zahler.
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