jueves, 26 de enero de 2012

Grupo Salvaje


Ya no se hace cine como el de Peckinpah… aunque para ser honestos habría que decir que nadie hizo nunca el cine que hizo Peckinpah: visceral, rudo, áspero, violento y romántico, porque, en el fondo, “Grupo Salvaje” es la visión romántica de un grupo de perdedores elevado hasta el pedestal de la leyenda por obra y gracia de un cineasta que vivió los rodajes como vivía la vida: con la intensidad que hace que uno sienta que merece la pena pisar la tierra.



Y qué decir de un grupo de veteranos atracadores interpretados por unos geniales e inolvidables William Holden y Ernest Borgnine, secundados no con menor brillantez por unos magníficos Ben Johnson (cómo no recordarlo de sus películas con el maestro John Ford) y Warren Oates (unos años antes de que buscara la surrealista cabeza de Alfredo García). Añadir a esto un irreconocible Edmond O’Brien (lejos del elegante, engominado y pulcramente afeitado hombre que buscaba encontrar a quién lo había asesinado en “Con las horas contadas”, de Rudoph Maté) y un sólido y melacólico Robert Ryan y nos encontramos con uno de los mejores repartos de la historia del cine (y no nos olvidemos, claro está, de la presencia de Emilio Fernández y Alfonso Arau, que años después terminaría dirigiendo películas, entre ellas “Como agua para chocolate”).
A nivel visual la película impactó en su momento por las escenas de violencia filmadas a cámara lenta, mostrando los impactos de bala con detalle y dejando un rastro de sangre en la retina del espectador. A día de hoy, aunque eso sigue siendo el sello Peckinpah, me quedo con las miradas de William Holden a su grupo y con ese “Let’s go” que les repite alentándolos a seguir adelante, o con esa extraña lealtad, ese envidiable sentido del honor y la amistad que rige los destinos de estos pistoleros —Holden, Borgnine, Johnson, Oates y Sánchez—, llevado a su culmen en ese apocalíptico final, violento y conmovedor, plagado de nuevo de miradas cómplices que suplen las palabras, demostrando que el cine es el arte de la imagen y que la imagen agrietada de una mirada que comprende que su tiempo ha pasado justifica y alenta para intentar lo imposible, demostrando que quien lucha por la imposible saca el billete para entrar en el terreno de la leyenda.



En definitiva, esta historia del grupo de veteranos atracadores de bancos que viven al margen de la ley y que actúan en la frontera entre los Estados Unidos y México, impactó en su momento y hoy, más de cuarenta años después, se ha convertido en uno de los mejores westerns de la historia del cine; y, sin duda, en la mejor obra de Sam Peckinpah.


 ©José Luis Ordóñez (texto), enero 2012

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