martes, 13 de septiembre de 2016

TODO SALDRÁ BIEN (Jesús Ponce, 2016)

“Todo saldrá bien” (Jesús Ponce, 2016) podría verse como una película de terror cotidiano, sin duda el peor de todos ellos, por cuanto carece del valor lúdico e irreal de ese terror que nos vende el cine: aquí no hay psicópatas, ni zombies ni casas encantadas. Sin embargo, sí hay una casa de la que no pueden escapar sus protagonistas (como si de un “Hotel California” rústico y local se tratase), sí hay una persona más cercana a la muerte que a la vida y sí hay un personaje condenado a desconectarse del mundo, que vive en ese universo anclado a la agonizante madre que nunca vemos, uno de los aciertos visuales de la película.


¿Por qué terror cotidiano? ¿Por qué el peor de todos ellos? Porque habla de tragedias reales, cercanas en el tiempo y en el espacio, donde la injusticia social deriva hacia callejones sin salida como al que nos dirige de manera irremediable este largometraje desde sus primeros minutos.


Isabel (Isabel Ampudia) regresa a la casa familiar en el campo donde espera su hermana Mercedes (Mercedes Hoyos), ante la inminente muerte de la madre de ambas, ya incapaz de reconocerlas, postrada desde hace años en una cama, y a la que casi de manera única identificamos por unos lastimosos quejidos que se propagan entre sus paredes como una maldición fantasmal incapaz de dejar salir de allí a las dos hermanas.

En un momento determinado, en los primeros minutos de “Todo saldrá bien”, ambas están compartiendo su primera cena en la casa de campo cuando los lastimosos quejidos de esa madre invisible pero omnipresente sacuden la conciencia de la recién llegada. “¿No subes?”, le pregunta Isabel, a lo que Mercedes le responde que lo haga ella. Isabel se levanta, sale del plano, al tiempo que un lento travelling de retroceso contempla la cotidiana soledad de la tragedia en Mercedes, que continúa con su cena, como ha hecho siempre, asumiendo el drama e insertándolo en esa normalidad hiriente que resquebraja el alma. Por supuesto, como comprobamos a continuación, Isabel no es capaz de atender a su madre y será su hermana la que, de nuevo, tenga que hacerse cargo de las necesidades de una enferma dependiente, abandonada por el sistema social y condenada a sufrir durante un indeterminado período de tiempo.

Se agradecen los momentos de humor que alivian la tragedia y nos permiten respirar (alejándose así, por ejemplo, de la asfixiante aspereza de un Michael Haneke o la violencia explícita de un Lars Von Trier), donde se humanizan los personajes de estas dos hermanas, visibilizando sus rencores, sus debilidades, sus ilusiones rotas. Hay dolor, sí, hay odio, sí, hay frustración, sí, pero también hay amor, un amor trágico que, al final, es lo único que parece quedar.


“Todo saldrá bien” es una película en la que brilla el potente duelo actoral entre Isabel Ampudia y Mercedes Hoyos, omnipresente a lo largo de todo el metraje, salvo por momentos puntuales donde aparecen otros personajes que oscurecen aún más el terrible panorama al que se enfrentan las dos hermanas: el personaje de Víctor Clavijo en la secuencia inicial de la oficina advierte a Isabel de las consecuencias de ausentarse del trabajo (aunque sea con días de asuntos propios); el doctor que hace visitas a domicilio, interpretado por Darío Paso, les recuerda que en el mundo que les ha tocado vivir, jamás pueden dejar sola a su madre (impidiendo así el festivo picnic planeado entre las hermanas lejos de la casa); Juan Carlos Sánchez, dando vida al doctor en al ambulatorio, le confirma a Mercedes que está sola, que nadie la ayudará y que, en definitiva, “todo se ha ido a la mierda” (crítica social que, además, se materializa en ese cartel que le prohíbe que las consultas duren más de cinco minutos). 

Consciente de la química y talento de sus actrices, Jesús Ponce despliega una planificación que, a menudo, nos permite disfrutar de ambas en un mismo plano: sus palabras y reacciones alimentan no sólo la verosimilitud de sus personajes sino también la línea narrativa de esta incómoda pero recomendable película, dura y desasosegante, pero, al mismo tiempo, vehicular de un mensaje que visibiliza las tragedias cotidianas.


Mención especial merece el extraordinario trabajo que desarrolla Mercedes Hoyos en la composición de su personaje, el más rico de la película, por el bagaje acumulado, por ese rencor que trata de esconder pero que termina saliendo a flote. Su dolor, esa mirada triste que parece atravesar el alma, salpica al espectador y pone el nudo en la garganta. Sabemos que ella tiene una hermana y una madre, pero su único alivio familiar lo encuentra en el vino, que aún le recuerda el placer de la vida, que tal vez le ofrece la salvadora ilusión de que todavía puede encontrar su lugar en el mundo, lejos de una casa de la que, en el fondo, sabe que jamás escapará, al igual que su madre, y a la que parecen irremediablemente condenadas en “Todo saldrá bien”, película pequeña, atípica y cruda, que crece y crece durante el visionado hasta demostrar que otro tipo de cine es no sólo posible, sino necesario.

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