(para
leer una vez vista la película, contiene spoilers)
Ridley Scott regresa al terreno que le ha convertido
en una especie de semi-dios (o supremo ingeniero,
por mantener la terminología usada en su última obra) dentro de la dirección
cinematográfica: la ciencia ficción. Conviene recordar que todo procede de su
buen hacer en Alien y Blade Runner, aunque es interesante
matizar que la revalorización de esas dos películas, sobre todo de la
protagonizada por Harrison Ford, se produjo a lo largo de los ochenta, en una
especie de redescubrimiento por parte del público (y de una crítica de reflejos
lentos) hacia un film que pasó sin pena ni gloria en su estreno, en lo que fue un
extraño punto intermedio para su actor principal, que venía de interpretar por
primera vez al legendario Indiana Jones y a continuación se metería por última
vez en las botas del carismático Han Solo. Estamos hablando del año 1979 y del
año 1982. Han pasado, pues, treinta años en los que Scott ha volcado su labor
como director en películas de todo tipo, pero nunca alcanzando el nivel de sus inicios
(no olvidar, por supuesto, su ópera prima, Los
Duelistas, una obra maestra fascinante basada en un texto de Conrad, con
dos inspirados Harvey Keitel y Keith Carradine, y una deliciosa fotografía que
parece derivada de esa otra obra de arte llamada Barry Lyndon, del genio Kubrick).
Y ahora se
estrena Prometheus, que está
suscitando opiniones encontradas, radicales, a favor y en contra: por un lado
se aprecia el viperino deseo de confirmar el hundimiento como director de
Scott, incapaz por tanto de renovar su posición privilegiada dentro de la
ciencia ficción; y por otro, se escuchan alabanzas que sitúan a la película a
la altura de las obras que abrieron su carrera. Hay que señalar que, a este
respecto, la nueva película de Scott juega a mantener vínculos importantes con Alien, pero en ningún caso se puede
considerar una precuela, ya que Alien
y Prometheus son films completamente
distintos y ambos conviven de manera independiente en el mundo del Sci-Fi,
cuentan historias diferentes y buscan satisfacer al espectador por diferentes
caminos: si Alien era una película
con monstruo, una survival movie en
el espacio, Prometheus hace un doble
juego: por un lado, busca ser una película en la mejor línea del género,
planteando cuestiones universales que atañen al origen de la existencia del
hombre, formulando unas preguntas que, curiosamente, irán modificándose a lo
largo de la película (de ¿por qué nos crearon? pasaremos a ¿por qué nos quieren
eliminar?); por otro, nos da un tipo de película más tradicional y ligera, con
monstruos que suponen una amenaza para la tripulación de la nave.
Así, este
interés por parte de la protagonista, la doctora Shaw (interpretada por Noomi
Rapace, una actriz de fisonomía atípica que, sin duda, forma parte de su
atractivo), por encontrar a sus creadores, halla su reflejo en la pérdida de su
propio padre (al que recordamos en un sueño también contemplado por David, el
robot humanoide que acompaña a los tripulantes) y en ese padre aún vivo pero
también perdido de Meredith Vickers
(magnífica Charlize Theron, desde ese plano de huellas acuáticas que precede a
su aparición). Hablamos, pues, de padres que desaparecen de la vida de sus
creaciones, justo como esos ingenieros
que han creado a los humanos y después desaparecido de sus vidas, haciendo que
se cuestionen sobre su origen y se cree la necesidad de buscarlos. La doctora
Shaw guarda el crucifijo de su padre y cree
en la posibilidad de encontrar a sus creadores (“porque así lo ha decidido”),
mientras que Vickers guarda un rencor que es incapaz de ocultar durante el
trayecto en la nave y que, de algún modo, nos anticipa la aparición de Weyland,
el personaje al que da vida Guy Pearce (ese “Padre” que deja escapar entre sus
labios Vickers, arrodillada ante el cuerpo anciano de su progenitor, reconoce
con dolor un vínculo tal vez no deseado, en cierto modo destructivo, pero
inevitable, con el conocimiento de que “David es lo más parecido a un hijo” que
Weyland tendrá).
El aspecto más
divertido de Prometheus (y
probablemente el más criticado) hace referencia al tono lúdico y despreocupado
que puebla las reacciones de algunos personajes. ¿Qué decir, por ejemplo, de
esa risible pareja de geólogo y biólogo que, después de un viaje de dos años,
deciden regresar a la nave en lugar de continuar la exploración por la
(aparente) gruta que va encabezada por Shaw? Sin embargo, aunque no sea
justificable, sí es deseable para que después podamos contemplar, entre
divertidos y aterrados, el ataque que sufren ante uno de los seres misteriosos
que habitan el lugar.
Y ya que
hablamos de los personajes, detengámonos en los principales. Hemos mencionado a
Elizabeth Shaw, a la que se empeñan en comparar con la mítica Ripley de la saga
Alien, si bien los parecidos se
limitan a un pertinaz deseo de supervivencia, no matter what. Nombramos antes brevemente al androide David,
interpretado con la eficacia habitual por Michael Fassbender, aquí en un
difícil pero brillante equilibro entre el Hal 9000 de 2001: Una Odisea del Espacio, y el Peter O’toole de Lawrence de Arabia. De comportamiento
ambiguo, David parece ir siempre un paso por delante de la tripulación e
incluso al final, descabezado y todo, será la llave para la supervivencia de la
protagonista y puente hacia una posible, aunque no necesaria, secuela.
Digo no
necesaria porque nadie quiere otra película para que respondan a las preguntas
que han quedado sin responder, ya que, como sabemos, en el mundo de la ficción
explicar en exceso aburre profundamente (pero, de verdad, ¿alguien quería saber
que los midiclorianos eran responsables de La
Fuerza?; ¿eran necesarias Matrix
Reloaded y, sobre todo, Matrix
Revolutions?; ¿por qué se hizo 2010:
Odisea 2, cuya única misión parecía ser explicar la genial película de
Kubrick). En fin, la lista es larga, y es un hecho que es mucho más interesante
plantear preguntas que ofrecer respuestas. La prueba está en el debate generado
por la película de Scott, más dada a proporcionar (algunas) respuestas visuales
que a verbalizarlas, permitiendo al espectador incorporar y aportar elementos
de su propia cosecha, de su propio imaginario. Podríamos mencionar la belleza
del plano que en el inicio, justo después de que ese ingeniero se inmole tomando un extraño líquido y cayendo al fondo
de una cascada (creando así la vida), arranca de un negro absoluto (la nada)
hasta que la luz de la linterna de la doctora Shaw va rasgando esa oscuridad que
nos permite ver la consecuencia del acto de la creación (la hija que está
decidida a buscar a su padre), un ser humano decidido a encontrar luz sobre nuestro
origen, en un viaje impredecible.
Y el trayecto
es apasionante, porque, digámoslo ya, Prometheus
es una película magnífica, un entretenimiento de primer nivel, alejado de
estupideces habituales en la cartelera, con una dosis mayor de interés por el
aporte visual, con magníficas secuencias (extraordinaria la escena de la
cirugía abdominal, sin duda y desde ya uno de los momentos cinematográficos del
año), y un interés nada despreciable por aportar algo más, diferente, a lo que
podía esperarse de una obra derivada de la saga Alien.
Pero no me
gustaría terminar esta pequeña reflexión sin hacer mención a otros dos
personajes secundarios. Uno es Holloway, también ansioso por encontrar
respuestas e interés amoroso de la doctora Shaw, en dos momentos sin duda
impactantes: cuando después de hacer el amor con Shaw se levanta entre las
penumbras y observa en el espejo cómo en su ojo ya se aprecia un ser exógeno
que forma parte de esa ansiada y perseguida respuesta (“¿Hasta dónde llegaría
para conocer la verdad?”, le pregunta David, justo antes de darle una bebida
adulterada con parte del contenido orgánico recién descubierto); y después, en
la escena final del personaje, cuando parece estar mutando (y por un instante
su cara toma de manera siniestra un asombroso parecido con el de la doctora
Shaw) y repite de manera inquietante que “no pasa nada” justo antes de que
Vickers lo achicharre con el lanzallamas. Así pues, creo que queda suficientemente
demostrado con estas dos secuencias que, como decíamos, demasiado conocimiento
(un exceso de respuestas, de exposición), además de aburrido puede ser
perjudicial.
El otro
personaje es Janek, el capitán de la nave Prometheus, interpretado de manera excelente
por Idris Elba (al que recordamos por la estupenda serie The Wire, lo mejor que ha surgido de la HBO y, en general, de la
televisión). Sin duda, me parece el personaje más creíble y heroico de la
historia (quizá porque, como él mismo señala, “únicamente es el capitán de la
nave”), aunque sólo sea por el hecho que de los 17 tripulantes de la nave él es
el único que le tira los tejos a la gloriosa Charlize Theron (imperdonable que
Ridley Scott nos escamotee en una elipsis la presumible escena de amor donde
hubiéramos podido admirar las curvas de antigua modelo y ahora excelente
actriz, sin duda en su mejor momento, como bien se encarga de mostrar el
director en el fantástico primer plano de presentación de Vickers, haciendo
flexiones ante la mirada entre curiosa y sorprendida —suponemos que no
libidinosa, porque entonces tendríamos el primer caso de incesto con robot de
por medio— de David).
Y si gracias a Janek la Tierra se salva
en un sacrificio que crea cierto paralelismo con la inmolación del ingeniero al principio (uno crea vida y
otro la mantiene… al menos por ahora), con ese grito chulesco y arrogante de
“¡Sin manos!” en el suicida ataque a la nave que va cargada de armas
biológicas, Ridley Scott pareciera haber hecho lo mismo, porque no puede sino
considerarse como suicida enfrentarse a la sombra de una película mítica como Alien. Pero a diferencia de Janek (en su
acto de gloriosa servidumbre ante sus congéneres), Ridley Scott sí se salva en su
aportación al universo que él mismo ayudó a crear hace más de treinta años,
aporta un ángulo diferente, por momentos más rico e interesante (aprovechando
de manera más extensa los magníficos diseños de H.R. Giger), navegando entre la
propuesta de ciencia ficción de ramificaciones antropológicas y filosóficas, y
la descarada serie B de aventuras espaciales con cheesy characters (bien subrayada esa dicotomía, por cierto, con la
banda sonora original de Marc Streitenfeld), ofreciéndonos una muestra del
talento visual que atesora (por fin, un uso apreciable e interesante del 3D),
como bien quedó reflejado en esa tríada de grandes películas con las que
comenzó su carrera y que sin duda le han marcado como cineasta.
©José Luis Ordóñez (texto), agosto 2012
Jose, lo primero es decirte que no sé cómo sigo sorprendiéndome cuando leo una de tus críticas de cómo escribes, de cómo criticas, comentas, o narras. Fascinante.
ResponderEliminarVi Prometheus la semana pasada, y coincido contigo en todo lo expuesto, y no sólo eso, sino que he aprendido muchísimo más sobre la trama, los personajes, y he podido descifrar cosas que pasé por alto, pues sólo fui al cine a entretenerme con una película de Scott, como amante de la saga Alien, y como bien dices alerta ante una posible respuesta que en realidad no quería que me dieran y no me dieron. Prometheus no es Alien. Shaw no es Ripley. Y eso no lo tenía claro antes de sentarme en la butaca. Cuando terminó la película, le di vueltas a un montón de cosas, y ahora, amigo mío, o han sido resueltas leyéndote, o se han confirmado como lo que eran.
Enhorabuena por tan buen texto. Me parece insuperable.
Un abrazo
Isa
Muchas gracias, Isa. La verdad es que disfruté con la película, y me maravilla lo que se ha producido con ella: esas opiniones encontradas e irreconciliables entre los distintos sectores de crítica y público son lo que le da vida al mundo de la crítica cinematográfica.
ResponderEliminarPor otro lado, espero que todo bien por Málaga. Os sigo. Y estoy atento a vuestros próximos proyectos.
Un abrazo
Jose