En los días previos al anunciado estreno
mundial tuve ocasión de volver a ver la saga Bourne al completo —obviemos,
por favor, la muy fallida “El legado de Bourne” (Tony Gilroy, 2012)—: “El caso
Bourne” (Doug Liman, 2002), entretenida película de espías y acción donde,
además de Matt Damon, ya aparecen otros personajes que repetirán en el mismo
universo, como Julia Stiles, Joan Allen o Franka Potente; “El legado de Bourne”
(Paul Greengrass, 2004), un salto de calidad que, además, imprime esa
personalidad electrizante a la saga; y, sin duda, la mejor de la serie, “El
ultimátum de Bourne” (Paul Greengrass, 2007), vibrante película que recoge
magníficas secuencias, como la de la estación de Waterloo, y que se convierte rápidamente
en un éxito de público y crítica.
Así, pensaba que era buena idea acercarme a “Jason Bourne” (Paul Greengrass, 2016) con las anteriores películas
recientes en la memoria, familiarizado con sus tramas de espionaje, traición y
revelaciones, soñando con una continuación (o conclusión) satisfactoria.
Craso error.
Porque me temo que, precisamente
eso, ha hecho que disfrute menos de esta nueva entrega dedicada al personaje
creado por el escritor Robert Ludlum. Sin dejar de ser entretenida, y recoger
algún momento francamente interesante, da la sensación de que ya la has visto,
de que se repiten escenas y situaciones con diferentes actores y que,
lamentablemente, estás más ante un refrito que ante una cierta evolución (o innovación) en la saga.
Por otro lado, todos sabemos del
uso de la cámara en mano en las películas de Paul Greengrass (a las ya
mencionadas segunda y tercera entrega de Bourne, añadir las magníficas “United
93” y “Green Zone”). Es de nuestro conocimiento el gusto del director británico
por darle ese tono realista, documental, a sus películas, muy apreciable
siempre en los títulos mencionados. Sin embargo, en “Jason Bourne” hay varios
momentos en que esa intención se desvanece por culpa de agresivos temblores de
cámara que provocan que el espectador se sienta desorientado. Poco se puede ver
de la persecución en moto del primer acto y casi nada de la persecución en Las
Vegas del último tramo. Una cosa es crear sensación de realismo y
verosimilitud; otra, muy diferente, dejar aturdido y con un alto grado de
confusión al espectador.
Se agradecen, eso sí, las
jugosas incorporaciones al reparto: el siempre sólido Tommy Lee Jones, un
Vincent Cassel que goza de uno de los rostros más terroríficos vistos en una
pantalla, y Alicia Vikander, de la que ya disfrutamos en la magistral “Ex
Machina” (Alex Garland, 2015). Además, se mantiene John Powell en labores de composición
de banda sonora original, conservando temas vibrantes que hacen que te quedes
pegado a la butaca, con un elevado grado de interés y tensión, aunque sólo veas
a una persona caminar por la acera. Aquí, la música no sólo anticipa y te da el
tono, sino que te coge de la mano y te hace correr junto al mismo Jason Bourne.
En definitiva, la serie recupera
a sus mejores valedores como actor y director (aunque la propia dirección
parece en más de un momento con el piloto automático), pero el guión decae y
decepciona. ¿Será casualidad que Tony Gilroy, guionista de las anteriores (y
director del fallido intento de sustituir a Matt Damon por Jeremy Renner en “El
legado de Bourne”), no esté involucrado en este título de la saga?
Por último, y en otro orden de cosas, ahora que ya se ha confirmado el regreso a televisión de "24: Legacy", una expansión del universo "24", como señalan sus creadores, una obviedad: cuando
Kiefer Sutherland trató de sacar adelante el largometraje basado en “24”, ¿no se dio cuenta de que, por estilo y ritmo, el director ideal era Paul
Greengrass?
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